No hay
distancias cuando se tiene un motivo.
De la novela
Orgullo y Prejuicio.
Lizzy
miraba su reflejo en el espejo, no atendía a los últimos detalles de su tocado ni su vestido, tampoco pensaba en algo en específico, solo estaba distraída en
las facciones de su rostro, en la oscuridad de sus ojos y el rubor de sus
mejillas, cuando escuchó un ligero golpe y luego observó que su puerta se abría
lentamente.
—¿Estás
lista, querida?
Charlotte,
había venido por ella a su habitación, esta noche los Collins habían sido
invitados a una cena y un baile en Rosings Park, y se esperaba que ella, como
huésped, asistiera también.
Lizzy
habría preferido evitar toda la velada, llevaba quince días en Hunsford, la
nueva residencia de su amiga Charlotte desde que se casó con su primo, el
heredero de Longbourn, el señor Collins, de los cuales un par de veces a la
semana cenaban en los dominios de la mansión, propiedad de la estirada Lady
Catherine de Bourgh, que siempre parecía cuestionarla; sin embargo, aunque le
habría encantado saltarse unos cuántos códigos de su sociedad y ofender
muchísimo a la dueña y señora de Rosings, en respeto a su amiga y en honor a
los bailes, escogió presentarse con los recién casados.
—Sí,
lo estoy —tomó su chalina y salió de la habitación detrás de su amiga.
Prefirieron
andar hasta Rosings en lugar de usar el calesín del señor Collins, pues hacía
una tarde-noche preciosa y fresca, la primavera había llegado al reino y los
campos parecían cubiertos de una alfombra de los colores del arcoíris, algo
que, para el momento actual, en el que le preocupaba muchísimo la estabilidad
emocional de su hermana Jane, la hacía sentir alegre. Antes de visitar
Hunsford, Lizzy había escuchado de Lady Catherine de Bourgh a través de su
amigo Wickham, ese hombre con el que había entablado cierta amistad la
temporada pasada, que le había informado, mientras formaban parte de uno de los
recuadros durante el baile de invierno, que aquélla era la tía del señor Darcy,
con quien tenía planes de casar a su única hija.
Esta
noche en el salón de Rosings, que otras veces le había parecido ostentoso, destacaba
la opulencia, Lady Catherine, que ocupaba un lugar majestuoso delante de
algunos invitados que se habían presentado antes que ellos, se había tomado
seriamente su rol de anfitriona y había modificado con detalles imponentes el
ambiente en el que solía reunirse con su párroco.
No
esperaba, Lizzy, encontrar caras conocidas acá, no obstante a la primera persona
que identificó fue a esa joven a la que se le atribuyó la organización de aquel
baile público al que había asistido en Highbury, el invierno recién terminado.
En aquel momento no fueron presentadas formalmente, no obstante, al reconocerse
una a la otra, se hicieron una ligera inclinación de cabeza. La muchacha estaba sentada junto a la señorita
Anne de Bourgh, la hija de Lady Catherine, a quien Lizzy ya había conocido de
las previas invitaciones a Rosings, sobre la que pensaba que tenía una condición pálida y enfermiza. Con unos pocos segundos de observación, Lizzy
notó que Emma había tratado de mantener comunicación con la joven pero ésta
apenas manifestó alguna expresión.
Lizzy
continuó el estudio de los invitados, qué diferencia este baile privado en
comparación con aquel baile público del pasado invierno; de pronto se sintió
nostálgica al recordar la compañía de sus amigas Marianne, Elinor, Anne, Jane
Fairfax, Catherine, Fanny y la de su propia hermana Jane; sin embargo mientras
repasaba aquellos momentos, la figura de un hombre que se cruzó delante de
ella, suavizó el sentimiento.
El
señor Knightley, estaba mirándola con una sonrisa cálida de reconocimiento. Durante
los meses que transcurrieron desde aquel baile hasta éste, Lizzy se había
sorprendido pensando en él, sonrojada ante el recuerdo de su trato y sus
facciones, ella creía que era la primera vez que se sentía verdaderamente atraída
por alguien, pero como le había recomendado su tía Gardiner los días que estuvo
en Longbourn antes de viajar con su hermana a Londres, lo mejor era esperar y
no precipitarse en los asuntos del amor.
En
esto pensaba y sabía que sonreía mientras respondía el amable saludo de su
amigo cuando esta emoción fue eclipsada por la presencia de un hombre muy
diferente. El señor Darcy.
El
intolerable, irritante y orgulloso señor Darcy, con quien también había tenido
el infortunio de ser presentada en el baile de invierno y con quien
definitivamente no esperaba reencontrarse. Nunca. Al diferencia de su amigo, y
un hombre más que les acompañaba, apenas hizo contacto visual con ella retiró
la mirada y se mantuvo tan inalcanzable como había estado en Highbury.
—Señorita
Bennet —el señor Knightley avanzó hacia ella.
—Señor
Knightley —ella le sonrió esperándolo junto a su amiga Charlotte, el señor
Collins había pasado directamente a ofrecer sus respetos a su señoría, Lady
Catherine.
—Es
una agradable sorpresa encontrarla acá.
—Pienso
de la misma manera. ¿Recuerda a mi amiga Charlotte, antes señorita Lucas, ahora
señora Collins?
—Claro
que sí —el señor Knightley y Charlotte se hicieron una reverencia—. Felicidades
por la boda.
—Gracias.
Es un honor verlo nuevamente, señor Knightley —le dijo ella—. A usted también
señor Darcy.
En
Elizabeth se manifestó un breve sobresalto que evitó exteriorizar, así como mirar
a su lado, donde sentía la reciente presencia del caballero. La violencia de sus acciones en aquella última escena del baile de invierno no la escandalizaron
pero la hicieron formarse una opinión más severa que la que ya se había dado de
él.
—Para
mí también —el señor Knightley respondió la amabilidad de Charlotte.
—La
felicito por su matrimonio —le dijo Darcy, mirando de soslayo a Lizzy.
—Gracias.
—¿Y
usted, señorita Elizabeth —continuó Knightley—, desde cuándo está por Kent?
Recuerdo que la vez anterior, cuando nos conocimos, mencionó que se dirigía a
este lugar.
Al
recordar su previo viaje a Kent, Lizzy sintió cierta incomodidad. Con el objeto
de mantener la propiedad en la familia, había recibido una propuesta de
matrimonio del señor Collins, quien al verse rechazado, condujo sus intenciones
hacia su amiga Charlotte.
—Así
es, pero ésta es una nueva ocasión —sonrió amablemente al verla. No estaba de
acuerdo en su matrimonio, Collins era un mentecato y un engreído y antes
pensaba que quien se casara con él no estaba en su sano juicio, pero su amiga
había conseguido cierto equilibrio en su felicidad conyugal—. Llevo aquí alrededor
de quince días.
—¿Y
cómo la ha pasado?
—Bastante
bien —le sonrió—. Disfruto muchísimo de los alrededores, además de que hace un
clima encantador.
Su
paseo favorito era el de la alameda, que parecía fuera del alcance de Lady
Catherine, le gustaba recorrerlo cuando necesitaba pensar o simplemente quería
escaparse de alguna de las largas y aburridas visitas a Rosings.
—Eso
me contenta saber. ¿Y qué me dice de su grupo de amigas del último baile? ¿Ha
vuelto a verlas? ¿Cómo está su hermana?
—Mi
grupo de amigas está muy bien, no nos hemos vuelto a ver, pero hemos mantenido el
contacto a través de la correspondencia —hizo una pausa y miró de reojo al
señor Darcy antes de responder la referencia sobre su hermana—. Mi hermana está
muy bien, está pasando una temporada con mis tíos en Londres. Usted, que
frecuenta la ciudad, ¿ha coincidido con ella, señor Darcy?
Por
la correspondencia que mantenía con Jane, Lizzy sabía que el señor Darcy y el
señor Bingley también habían estado en la ciudad aunque no se habían visto, su
hermana y la señorita Caroline Bingley, también mantenían el contacto por
correspondencia y Lizzy sabía que ambas señoritas se habían visto brevemente.
Antes
de que Jane partiera a Londres, la joven le había dejado claro a Jane en una correspondencia que pronto
se esperaba una unión entre su hermano y la señorita Darcy. Elizabeth estaba
segura de que todo ello se debía a un plan superior de la hermana del caballero,
pues el señor Bingley fue el menos afectado en aquella escena final del baile
de invierno, cuando el señor Darcy perdió la sensatez y se fue contra Wickham
solo porque bailaba con la joven Georgiana, pero consideraba normal la
inseguridad de Jane, que pronto se sintió atraída por el joven. Ahora bien, siendo el señor Darcy un ente tan allegado a
la familia, le pareció importante estudiar la expresión en él.
—No
he tenido la suerte, señorita.
—Supongo
que tendrá un itinerario muy ocupado.
—No
creo que fuera ésa la razón. Simplemente no hemos coincidido.
—Es
muy justo.
Intercambiaron
algunas opiniones más, como qué había acontecido en Highbury desde el baile de
invierno, la curiosidad que sentía el señor Knightley por conocer Hertfordshire
y tanto ella como Charlotte fueron presentadas con el coronel Fitzwilliam, el
tercer hombre del grupo. Agotados los temas, el señor Knightley planteó lo
siguiente:
—A
ver, mi querida señorita Bennet, desde hace unos meses que he querido que
conozca a alguien.
Ofreciéndole
el brazo la llevó a conocer a su querida Emma Woodhouse.
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