domingo, 29 de diciembre de 2019

Baile de invierno - Parte 6



 

El capitán Wentworth no tardó en hacerse el favorito de todos. 
Desde la distancia, Anne pudo observar al hombre que siempre había admirado convertido en alguien importante, sin reservas, muy apuesto y distinguido, apenas cruzaron una breve mirada y una inclinación de cabeza como saludo, ¿eso era todo lo que se merecía después de haberlo amado tanto?
Pero había pasado lo peor, se habían encontrado después de ocho largos y tormentosos años, y aunque había sido más desolador de lo que había imaginado, necesitaba superarlo a solas cuanto antes. Se excusó con sus amigas, alegando un repentino dolor de cabeza.
—¿Puedo ayudarte, Anne? —Indagó Elinor, quien temió que el violento cambio en el comportamiento de su amiga estuviera asociado a algo más que un ligero dolor de cabeza.
—Es él, Elinor —le confesó Anne.
—¿Él?
—Frederick.
Frederick, éste había sido el nombre que Anne había empleado para referirse a su amor de la juventud, pero en el baile se habían presentado dos caballeros nuevos que fueron introducidos por el señor Knightley al grupo de chicas que no bailaba.
—¡Oh…!
—Es él, el hombre que recién ha llegado al baile, el capitán Wentworth.
El segundo caballero era el coronel Brandon, se habían presentado juntos pues, siendo amigos, aparentemente se habían encontrado en el camino —ambos se dirigían a Londres— cuando por múltiples consideraciones tomaron el camino de Highbury.
—Comprendo —le dijo Elinor, robándole una mirada al hombre, que parecía risueño a las atenciones de jóvenes como las menores hermanas Bennet u otras que Elinor desconocía, pero la observación más importante es que actuaba indiferente a la presencia de su amiga.
—No puedo seguir aquí, es demasiado duro para mí.
—Anne… —trató de detenerla, pero ésta caminó directamente hacia Lady Russell, en cuya compañía había venido al baile, quien no tardó en hacer cumplir el deseo de Anne.
—¿Le pasó algo a su amiga? —Indagó con ella el coronel Brandon.
—Solo está un poco indispuesta.
Pero la contagiosa risa de Marianne, que estaba acompañada por Willoughby, quien se había dedicado a ella toda la velada, llamó la atención de ambos. Elinor se preguntaba cuánta indiscreción había en el comportamiento de su hermana, mientras el coronel Brandon recordó en la joven a aquella mujer que amó hacía muchos años; desde entonces no había conocido otra criatura tan hermosa y llena de vitalidad. Ambos se sorprendieron, no obstante, cuando Marianne se dejó cortar un mechón de pelo que fue reservado por su acompañante.
—Es mi hermana, por favor discúlpela —intervino Elinor, sin embargo la imprudencia de Marianne le parecía vergonzosa.
—No hay nada que disculpar.
Sin embargo todo baile tiene su final y ésta había sido una noche de infinitas emociones que no podía extenderse para siempre.
Para comenzar, Emma lamentó que Frank Churchill no se presentara en Highbury para el baile como se lo había prometido a su padre, el señor Weston; que Robert Martin le robara dos o tres bailes a Harriet Smith; y que la tal Jane Bennet, que a pesar de sus privadas intenciones, le pareció una chica encantadora, fuera la favorita de Charles Bingley. También lamentó que el señor Knightley, que en raras ocasiones bailaba, le hubiera dado una especial atención a esa chica Elizabeth Bennet mientras que a ella, su amiga desde que era una niña, no la hubiera solicitado ni una vez.
Del otro lado del salón, Lizzy consideró que había bailado suficiente por esta noche, que estaba cansada y que era necesario un momento de soledad; a pesar de la helada afuera, la terraza era el único lugar que consideraba para escuchar sus reflexiones en un resumen de la noche: un chico la había cortejado, otro la había despreciado —esto la hizo reír— y uno había sido su salvador, este último, el señor Knightley, ocupaba sus pensamientos cuando alguien más le habló:
—Tendrá, usted, frío —reconoció la voz del señor Darcy aproximarse, lo cual confirmó cuando al volverse le encontró despojándose del levita para colocarlo sobre sus hombros.
—No se moleste, solo voy a estar unos minutos acá afuera. Necesitaba del aire fresco.
—Usted también.
Lizzy le miró de soslayo, le parecía diferente ver al perfecto señor Darcy tan informal, despojado de una parte esencial de su indumentaria para conseguir esa apariencia sobria, y aunque este detalle le hacía ver jovial y desprendido, lejano al hombre vanidoso y orgulloso, que estaba segura que era, recordó que en realidad era un hombre injusto y que a ella le desagradaban las injusticias; con ella misma había cometido una, desdeñándola por su apariencia, suponía que al no tener vestidos exclusivos y a la última moda, como las señoritas Caroline Bingley o Emma Woodhouse, no estaba a su altura, ah, no, perdonen, es que no era lo suficientemente guapa. Evitó reír en este momento. Le había herido el orgullo, pero ello podía soportarlo; lo que había hecho con su nuevo amigo, sin embargo, le era imperdonable, negarle lo que por derecho le correspondía, impedir los deseos de su propio padre, era una crueldad.
—Por favor, manténgase abrigada mientras esté acá afuera… —le indicó cuando Lizzy trató de remover el levita de sus hombros.
—Gracias —Lizzy prefirió no contradecirlo en esto—, pero estaba usted acá antes que yo y no querrá compartir la soledad.
—¿Era eso lo que usted buscaba en un baile, señorita, estar sola?
—Siempre disfruto de la soledad aunque esté rodeada de un centenar de personas.
—¿Cómo la ha pasado?
—Bastante bien, considerando que se trata de un baile lejos de casa, donde conocía a muy pocos.
—¿De dónde es?
—De Hertfordshire, señor.
Lizzy lo miró con frialdad esperando que abandonase el escrutinio, pero él hizo una inclinación de cabeza en aquiescencia y continuó:
—Tiene el don de hacer amigos con facilidad.
—Hacer amigos no tiene nada de particular, incluso se puede comenzar con una simple invitación a bailar.
Tenía que sacárselo del sistema, no podía disimular la antipatía que sentía por él. Sin meditarlo un segundo más, removió la levita para devolvérsela.
—Disculpe, necesito volver adentro para reunir a mi familia. A la luz del día debemos retomar nuestro viaje.
—¿Hacia dónde se dirigen? —La chica seguía con el brazo extendido, Darcy se resistía a recuperar su indumentaria.
—Vamos a Kent para visitar a un familiar.
Le recibió el frac.
—Yo también debería pasar. He descuidado por mucho rato a mi hermana —ella asintió, le dio las gracias y trató de adelantarse al salón, pero él prefirió acompañarla y caminar a su lado, hombro con hombro, como su igual. En su interior, Darcy se felicitaba por arreglar el mal paso con la única chica que en mucho tiempo había conseguido una emoción en él. No es que fuera un engreído, pero reconocía que había sido prejuicioso con ella cuando más temprano Charles le sugirió que la invitase a bailar, pero ahora tenía algo con lo que podía trabajar, sabía que iba a Kent, y aunque no le agradaba la idea de que el conocimiento de esto tuviera alguna repercusión en su vida, tal vez le hiciera falta un poco de diversión. Diversión que fue opacada por una imagen que a él le puso un nudo en el estómago.
Cuando estuvieron delante del portal y abrió la puerta para ella, Lizzy notó que el aspecto de él había cambiado, que se había vuelto colérico e irracional, la apartó sin mucha ceremonia y se dirigió al centro del baile, donde, después de todo, alcanzó a ver que Wickham bailaba con la señorita Darcy.
Darcy trató de dominarse pero estaba enloquecido, si hubiera previsto que tan lejos de casa se encontrarían con él, no habría traído a Georgiana al paseo.
—¡Señor Darcy! —Reconociendo las intenciones del hombre, Lizzy trató de impedirlas.
Pero a Darcy no le conmovieron sus ruegos, se detuvo delante de la pareja para apartar a su hermana de quien fuera el protegido de su padre y sin pensarlo, le propinó un puño que terminó con Wickham desmayado y sangrando en el suelo.
El baile se detuvo y la atención de los asistentes que quedaban en el salón se centró en la acción. Lizzy corrió al lugar de la escena y apartó a la chica.
—¡Yo no quería…! —Ella lloró.
—Está bien, está bien… —Lizzy trató de consolarla, mientras, confundida, miraba a Darcy tratando de descifrar por qué parecía atormentado—. Todo va a estar bien.
Los amigos de Darcy no tardaron en presentarse a su lado, Emma estaba avergonzadísima de que algo así hubiera sucedido justo cuando su amigo le había pedido que cuidara de su hermana.
—¿Está usted bien, Emma? —Le preguntó el señor Knightley antes de acercarse a su amigo—. Luce muy pálida.
—No se preocupe por mí, por favor, corra a ver cómo está nuestro amigo.
Y como es normal en un suceso como éste en un baile tan concurrido, que un grupo considerable de personas estuviese alrededor de la víctima, señalando al victimario, era lo que correspondía, hasta que unos segundos luego, milagrosamente el desfallecido reaccionó y su contrincante, demostrando de lo que estaba hecho, le extendió la mano ensangrentada para ayudarle a incorporarse.
Ya sin nada por lo que hacerse los curiosos, no hubo más golpes ni propuestas de duelo, con un baile sin más sorpresas, se determinó, un par de minutos más tarde, que había concluido.

Fin de Baile de Invierno.
La historia continúa en Baile de Primavera
 
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