El capitán Wentworth no
tardó en hacerse el favorito de todos.
Desde la distancia, Anne pudo observar al
hombre que siempre había admirado convertido en alguien importante, sin
reservas, muy apuesto y distinguido, apenas cruzaron una breve mirada y una
inclinación de cabeza como saludo, ¿eso era todo lo que se merecía después de
haberlo amado tanto?
Pero había pasado lo
peor, se habían encontrado después de ocho largos y tormentosos años, y aunque
había sido más desolador de lo que había imaginado, necesitaba superarlo a
solas cuanto antes. Se excusó con sus amigas, alegando un repentino dolor de
cabeza.
—¿Puedo ayudarte, Anne? —Indagó
Elinor, quien temió que el violento cambio en el comportamiento de su amiga estuviera
asociado a algo más que un ligero dolor de cabeza.
—Es él, Elinor —le confesó Anne.
—¿Él?
—Frederick.
Frederick, éste había sido el
nombre que Anne había empleado para referirse a su amor de la juventud, pero en
el baile se habían presentado dos caballeros nuevos que fueron introducidos por
el señor Knightley al grupo de chicas que no bailaba.
—¡Oh…!
—Es él, el hombre que recién ha
llegado al baile, el capitán Wentworth.
El segundo caballero era el
coronel Brandon, se habían presentado juntos pues, siendo amigos, aparentemente
se habían encontrado en el camino —ambos se dirigían a Londres—
cuando por múltiples consideraciones tomaron el camino de Highbury.
—Comprendo —le dijo Elinor,
robándole una mirada al hombre, que parecía risueño a las atenciones de jóvenes
como las menores hermanas Bennet u otras que Elinor desconocía, pero la
observación más importante es que actuaba indiferente a la presencia de su
amiga.
—No puedo seguir aquí, es
demasiado duro para mí.
—Anne… —trató de detenerla, pero
ésta caminó directamente hacia Lady Russell, en cuya compañía había venido al baile, quien no tardó en hacer cumplir el deseo de
Anne.
—¿Le pasó algo a su amiga? —Indagó
con ella el coronel Brandon.
—Solo está un poco indispuesta.
Pero la contagiosa risa de
Marianne, que estaba acompañada por Willoughby, quien se había dedicado a ella
toda la velada, llamó la atención de ambos. Elinor se preguntaba cuánta indiscreción
había en el comportamiento de su hermana, mientras el coronel Brandon recordó en la joven a aquella mujer que amó hacía muchos años; desde entonces no había conocido otra criatura tan
hermosa y llena de vitalidad. Ambos se sorprendieron, no obstante, cuando
Marianne se dejó cortar un mechón de pelo que fue reservado por su acompañante.
—Es mi hermana, por favor
discúlpela —intervino Elinor, sin embargo la imprudencia de Marianne le parecía vergonzosa.
—No hay nada que disculpar.
Sin embargo todo baile tiene
su final y ésta había sido una noche de infinitas emociones que no podía
extenderse para siempre.
Para comenzar, Emma
lamentó que Frank Churchill no se presentara en Highbury para el baile como se lo
había prometido a su padre, el señor Weston; que Robert Martin le robara dos o
tres bailes a Harriet Smith; y que la tal Jane Bennet, que a pesar de sus
privadas intenciones, le pareció una chica encantadora, fuera la favorita de
Charles Bingley. También lamentó que el señor Knightley, que en raras ocasiones
bailaba, le hubiera dado una especial atención a esa chica Elizabeth Bennet
mientras que a ella, su amiga desde que era una niña, no la hubiera solicitado
ni una vez.
Del otro lado del salón, Lizzy
consideró que había bailado suficiente por esta noche, que estaba cansada y que
era necesario un momento de soledad; a pesar de la helada afuera, la terraza
era el único lugar que consideraba para escuchar sus reflexiones en un resumen
de la noche: un chico la había cortejado, otro la había despreciado —esto la
hizo reír— y uno había sido su salvador, este último, el señor Knightley,
ocupaba sus pensamientos cuando alguien más le habló:
—Tendrá, usted, frío —reconoció
la voz del señor Darcy aproximarse, lo cual confirmó cuando al volverse le
encontró despojándose del levita para colocarlo sobre sus hombros.
—No se moleste, solo voy a estar
unos minutos acá afuera. Necesitaba del aire fresco.
—Usted también.
Lizzy le miró de soslayo, le
parecía diferente ver al perfecto señor Darcy tan informal, despojado de una
parte esencial de su indumentaria para conseguir esa apariencia sobria, y aunque
este detalle le hacía ver jovial y desprendido, lejano al hombre vanidoso y
orgulloso, que estaba segura que era, recordó que en realidad era un hombre
injusto y que a ella le desagradaban las injusticias; con ella misma había
cometido una, desdeñándola por su apariencia, suponía que al no tener vestidos
exclusivos y a la última moda, como las señoritas Caroline Bingley o Emma
Woodhouse, no estaba a su altura, ah, no, perdonen, es que no era lo
suficientemente guapa. Evitó reír en este momento. Le había herido el orgullo,
pero ello podía soportarlo; lo que había hecho con su nuevo amigo, sin embargo,
le era imperdonable, negarle lo que por derecho le correspondía, impedir los
deseos de su propio padre, era una crueldad.
—Por favor, manténgase abrigada
mientras esté acá afuera… —le indicó cuando Lizzy trató de remover el levita de
sus hombros.
—Gracias —Lizzy prefirió no
contradecirlo en esto—, pero estaba usted acá antes que yo y no querrá compartir
la soledad.
—¿Era eso lo que usted buscaba en
un baile, señorita, estar sola?
—Siempre disfruto de la soledad
aunque esté rodeada de un centenar de personas.
—¿Cómo la ha pasado?
—Bastante bien, considerando que
se trata de un baile lejos de casa, donde conocía a muy pocos.
—¿De dónde es?
—De Hertfordshire, señor.
Lizzy lo miró con frialdad
esperando que abandonase el escrutinio, pero él hizo una inclinación de cabeza
en aquiescencia y continuó:
—Tiene el don de hacer amigos con
facilidad.
—Hacer amigos no tiene nada de
particular, incluso se puede comenzar con una simple invitación a bailar.
Tenía que sacárselo del sistema, no podía
disimular la antipatía que sentía por él. Sin meditarlo un segundo más, removió
la levita para devolvérsela.
—Disculpe, necesito volver
adentro para reunir a mi familia. A la luz del día debemos retomar nuestro
viaje.
—¿Hacia dónde se dirigen? —La
chica seguía con el brazo extendido, Darcy se resistía a recuperar su
indumentaria.
—Vamos a Kent para visitar a un
familiar.
Le recibió el frac.
—Yo también debería pasar. He descuidado
por mucho rato a mi hermana —ella asintió, le dio las gracias y trató de
adelantarse al salón, pero él prefirió acompañarla y caminar a su lado, hombro
con hombro, como su igual. En su interior, Darcy se felicitaba por arreglar el
mal paso con la única chica que en mucho tiempo había conseguido una emoción en
él. No es que fuera un engreído, pero reconocía que había sido prejuicioso con
ella cuando más temprano Charles le sugirió que la invitase a bailar, pero
ahora tenía algo con lo que podía trabajar, sabía que iba a Kent, y aunque no
le agradaba la idea de que el conocimiento de esto tuviera alguna repercusión
en su vida, tal vez le hiciera falta un poco de diversión. Diversión que fue
opacada por una imagen que a él le puso un nudo en el estómago.
Cuando estuvieron delante del
portal y abrió la puerta para ella, Lizzy notó que el aspecto de él había
cambiado, que se había vuelto colérico e irracional, la apartó sin mucha
ceremonia y se dirigió al centro del baile, donde, después de todo, alcanzó a ver
que Wickham bailaba con la señorita Darcy.
Darcy trató de dominarse pero
estaba enloquecido, si hubiera previsto que tan lejos de casa se encontrarían
con él, no habría traído a Georgiana al paseo.
—¡Señor Darcy! —Reconociendo las
intenciones del hombre, Lizzy trató de impedirlas.
Pero a Darcy no le conmovieron
sus ruegos, se detuvo delante de la pareja para apartar a su hermana de quien
fuera el protegido de su padre y sin pensarlo, le propinó un puño que terminó
con Wickham desmayado y sangrando en el suelo.
El baile se detuvo y la atención
de los asistentes que quedaban en el salón se centró en la acción. Lizzy corrió
al lugar de la escena y apartó a la chica.
—¡Yo no quería…! —Ella lloró.
—Está bien, está bien… —Lizzy trató
de consolarla, mientras, confundida, miraba a Darcy tratando de descifrar por
qué parecía atormentado—. Todo va a estar bien.
Los amigos de Darcy no tardaron
en presentarse a su lado, Emma estaba avergonzadísima de que algo así hubiera
sucedido justo cuando su amigo le había pedido que cuidara de su hermana.
—¿Está usted bien, Emma? —Le
preguntó el señor Knightley antes de acercarse a su amigo—. Luce muy pálida.
—No se preocupe por mí, por
favor, corra a ver cómo está nuestro amigo.
Y como es normal en un suceso
como éste en un baile tan concurrido, que un grupo considerable de personas
estuviese alrededor de la víctima, señalando al victimario, era lo que
correspondía, hasta que unos segundos luego, milagrosamente el desfallecido
reaccionó y su contrincante, demostrando de lo que estaba hecho, le extendió la
mano ensangrentada para ayudarle a incorporarse.
Ya sin nada por lo que hacerse
los curiosos, no hubo más golpes ni propuestas de duelo, con un baile sin más
sorpresas, se determinó, un par de minutos más tarde, que había
concluido.
Fin de Baile de Invierno.
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