domingo, 22 de diciembre de 2019

Baile de invierno - Parte 4



 

Es una verdad universalmente reconocida que en un baile público, en el que hay un centenar de jovencitas solteras, siempre será un inconveniente que sean muy pocos los caballeros dignos de desposarlas.  
Cuando el grupo que conformaban los hermanos Charles y Caroline Bingley y Georgiana y Fitzwilliam Darcy se presentó en el baile organizado por Emma Woodhouse, la atención de los asistentes se detuvo en tan exclusivos invitados: a la señora Bennet se le iluminó el rostro, como si algo glorioso acabara de suceder en el baile; la señora Jennings, a quien las hermanas Dashwood acompañaban en su destino a Londres desde Devonshire, desplegó la noticia entre los invitados, que personas muy ricas del reino habían hecho acto de presencia; y Lady Russell, amiga de Anne Elliot, pensó que finalmente, además de Emma, se habían presentado personas respetables en el baile.
Elizabeth no tardó en darse cuenta de que el anticipado Bingley, del que les había hablado su madre, estaba presente en el baile, aunque en este momento no podía saber cuál de los dos señores era; pero también notó que en el grupo recién llegado la mirada de uno de los hombres, el más distinguido de los dos, de apariencia orgullosa, se había detenido en su pareja, que ambos se miraron con frialdad, y que la más joven del grupo se ruborizó al mirar a Wickham. Por la tranquilidad de su hermana, pues sabía que su madre no descansaría hasta presentarlos, Lizzy deseó que no se tratara del señor Bingley.
A pesar de la reserva de la señora Bennet por las nuevas amigas de sus hijas mayores, todas solteras y en la competencia por obtener la atención del distinguido señor Bingley, apenas la miró, el gran invitado solo tuvo ojos para la muchacha más hermosa del baile. Complacida, la señora Bennet se felicitaba por la notoria preferencia, el señor Bingley y su querida Jane llevaban dos set de baile continuos y estaba segurísima de que al final de la noche Jane recibiría una importante atención de él, como una invitación a Netherfield Park, tan cerca de Longbourn, una propiedad que se rumoraba que el señor Bingley pensaba rentar en los próximos meses, con lo que, en poco tiempo, suponía la señora Bennet, habría boda en Longbourn, un tema que, además, no tardó en comentarlo con la señora Jennings, con quien la matriarca de las Bennet congenió en un instante, y a la que le encantaban los chismes románticos. Si tan solo su segunda hija, Elizabeth, corriera con la misma suerte, y el tal señor Darcy, del que pronto se supo que ganaba diez mil libras al año, se fijara en ella, se olvidaría de casarla con el señor Collins para evitar que las sacaran de su propiedad cuando su marido sucumbiera.
—Descuida querida —le dijo el señor Bennet—, que con un poco de suerte, tal vez sea yo quien te sobreviva —era una posibilidad con la que solía divertirse cuando su mujer se ponía paranoica en relación a la injusticia de que Longbourn pasara a manos de un familiar lejano cuando el señor Bennet dejara el mundo de los vivos.
Pero a pesar de su renta, el carácter del señor Darcy quedó expuesto como un hombre distante, reservado y orgulloso, que solo bailó una vez con la señorita Caroline Bingley y otra con Emma, que no aceptó ser presentado con nadie más y que de lejos se observaba su creencia de ser superior a todos en el salón. Para su propia tranquilidad se encontró con sus amigos George y John Knightley, en cuya compañía se mantuvo el tiempo que sus compañeros de viaje consideraron suficiente para partir del baile.
Preocupado por la distancia, su amigo Bingley se acercó para hacerle una oferta:
—¿Por qué no invitas a alguien a bailar, Darcy?
—Sabes que no bailo con desconocidas, además de que... —dejando la frase incompleta, le dio una mirada a su joven hermana, que, ruborizada, ocupaba un asiento junto a él.
—Pero sí que eres quisquilloso, Darcy. Palabra de honor que no había visto muchachas más bonitas en un baile.
—Tú has bailado con la única chica guapa del salón. Estás  perdiendo tu tiempo conmigo, vuelve con ella o alguien más la solicitará.
—Es la criatura más bella que he conocido, Darcy, pero tal vez consideres bailar con su hermana, que también es muy bonita.
Darcy desvió la mirada hacia el lugar que ocupaba la señorita Elizabeth Bennet, donde ella estaba muy atenta, en la compañía de su amiga Charlotte Lucas, a la conversación entre los caballeros. Sus miradas se cruzaron, él sintió un raro pinchazo en el corazón que le obligó a retirar la suya inmediatamente, pero luego hizo el comentario más hiriente que una chica pudiera tolerar.
—Gracias, pero no es lo suficientemente guapa para tentarme.
—Vamos, Darcy, no digas eso —intervino George Knightley.
—Lo siento, pero no estoy de humor para hacer caso a las jóvenes que otros han dejado de lado.
Desde su asiento, Lizzy suprimió una carcajada.
—Pero, por favor… —replicó el señor Knightley, que se levantó de su asiento y fue directo al lugar que ocupaba la señorita Elizabeth Bennet, extendiendo el brazo delante de ella en atención a un baile garantizado.
Sorprendida, Lizzy recibió la mano del apuesto caballero que había sido presentado a las hermanas mayores Bennet y a las Dashwood a través de Anne, se levantó y cruzó por un segundo la mirada con el señor Darcy, quien sintiendo nuevamente el pinchazo del lado izquierdo de su pecho la siguió con la mirada hasta que ocupo un lugar en el recuadro de baile con el señor Knightley.
Ni por todas las libras de Inglaterra a la señora Bennet le gustaría tener a un hombre como ese Darcy en su familia.

Continúa…

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