sábado, 28 de diciembre de 2019

Baile de invierno - Parte 5



 

Como en todo baile, siempre hay un grupo que destaca entre la totalidad, y éste era el de las Bennet y las Dashwood, que no tardó en ampliarse, además de Anne, pronto se unió la señorita Jane Fairfax y dos jovencitas que fueron presentadas por Lydia y Kitty, Catherine Morland y Fanny Price. Pero agotadas de bailar y a sabiendas de que a la mañana siguiente, como reclamaba una noche como ésta, no tendrían la oportunidad de reunirse para hablar del baile, pues cada una tenía su propio destino fuera de Highbury, se tomaron un momento para descansar y exponer sus reflexiones al respecto.
—Creo que le gustas… —refiriéndose a Wickham, Marianne le comentó a Lizzy—, pienso que es encantador y se les ve muy bien juntos.
Lizzy lo buscó con la mirada, en ese momento el caballero bailaba con su hermanita Lydia, y sonrió sintiéndose un poco ruborizada, es cierto que habían bailado juntos más de una vez y durante el baile habían tenido chance de familiarizar un poco, especialmente Lizzy conoció detalles de su niñez y de lo injusto que fue con él la familia Darcy, con la que se crió, luego del fallecimiento de su padre. Sin embargo, a pesar de que era atractivo y educado, no la tenía deslumbrada. 
Al pasear la mirada por el salón para devolverla a su interlocutora, Lizzy se encontró con otras dos miradas sobre ella, la del señor Knightley, que al sonreírle le puso cosquillas en el estómago, y con la de su acompañante, precisamente la de ese señor Darcy, que a diferencia de la de su amigo era fría y por quien ella se sentía decididamente opuesta. No obstante, desde que se había incorporado al baile y luego de que declarara que ella no era lo suficientemente guapa como para tentarlo a bailar, había notado que constantemente la observaba y la escuchaba, como si la estuviese estudiando. Lizzy solo podía sentir compasión por la aburrida y triste jovencita a su lado, que en cuanto el grupo se presentaró en el baile, se supo que era la señorita Darcy, parecía, sin embargo, de tan buen carácter que le habría gustado incluirla en su club de nuevas amigas.
—No me molesta —se encogió de hombros—, pero no creo que sienta alguna preferencia por mí. Además sería muy pronto para saberlo.
—Ni tanto…, quiero decir, si a un chico le gustas no tardará en demostrártelo.
—Claro, claro, lo dices por tu admirador.
Marianne se ruborizó, delante de todos era obvio que ella y Willoughby se gustaban.
—Me refiero a tu hermana y al señor Bingley.
Las miradas de todas las chicas se desviaron al espacio que ocupaba la pareja, que desde hacía un buen rato estaban compartiendo un tête-à-tête, que justo en este momento fue interrumpido por esa joven que usualmente se dejaba ver acompañada por la hermana del señor Bingley, que estaba con una joven bajita y rubia, que más temprano había sido presentada con ellas como Harriet Smith. Las muchachas se quedaron a la expectativa de lo que esa cercanía significaba, hasta que comprendieron que lo que buscaba la distinguida joven era conseguir un baile entre el señor Bingley y su pequeña amiga.
El señor Bingley era un caballero, todo sonrisas, se incorporó para tomar la mano de la jovencita, y en lo que parecía una disculpa con Jane, avanzó hacia el cuadro de baile, dejando a la mayor de las Bennet descolocada.
—Voy por ella —dijo Lizzy, pero apenas estaba incorporándose, notó que la señorita inoportuna le decía algo a su hermana, y que acto seguido ésta le sonreía enganchándose al brazo de la joven antes de recorrer el salón.
—Parece que tu hermana ha hecho una nueva amistad, Lizzy —comentó Charlotte.
—Eso parece… —tomó asiento nuevamente.
—Si no le demuestra pronto al señor Bingley lo que siente por él, dudo que su amistad se extienda a algo más que una simple preferencia en un baile público.
—Si él no sabe interpretar los sentimientos de mi hermana es porque no la merece.
Internamente, Elinor, que seguía la conversación, bajó la mirada. La advertencia de Charlotte en conjunto con la de Lizzy, la hicieron recordar su propia amistad con Edward Ferrars, el hermano de su cuñada, a quien había conocido los últimos días que estuvo en Norland Park, luego del fallecimiento de su padre, a quien su natural reserva le impedía demostrar lo que sentía. Anne, por su parte, también sintió un poco de nostalgia por su propia historia.
—Es cierto —se atrevió a decir—, sino tiene un poco de confianza en lo que siente y no lucha por ello, se le pasarán los años antes de que pueda darse cuenta de que es demasiado tarde para el verdadero amor.
Al escucharla hacer esta intervención, las chicas se interesaron por conocer la historia de su pasado. Fue entonces cómo Anne les habló del capitán Wentworth, su novio algunos ocho años atrás con quien rompió para que él pudiera establecerse y de quien permaneció enamorada desde entonces, aunque sus caminos no volvieran a cruzarse.
Fanny, también en silencio, se miró los dedos cruzados sobre su regazo, pensando en su propia situación con Edmund, su primo del que secretamente se había enamorado desde que era una niña, casi desde el momento en el que, recién llegada a Mansfield Park, adonde fue enviada para aliviar la carga familiar, se sentó a su lado en la escalera del ático para tranquilizar su llanto que no respondía a otro sentimiento sino al de la añoranza del hogar en el que había nacido.
Jane Fairfax trató de parecer impasible. No había sentimientos que exteriorizar en ella; Charlotte pensó que a sus veintiocho años, a menos que se presentara una oportunidad desesperada, tenía que conformarse con quedarse solterona; mientras Catherine suspiró ilusionada con la idea de que algún día pudiera ser la preferida de alguien, siquiera durante una noche en un baile público.
Los consejos no dejaron de hacerse llegar y el tema de los sentimientos revelados y encontrados fue discutido a profundidad. 
Del otro lado del salón, aunque acompañada por la señorita más reconocida de Highbury y la hermana del señor Bingley, Jane, miraba el grupo en el que estaba su hermana con nostalgia, deseando volver allí, pero no pasó mucho tiempo para que el señor Bingley regresara por ella para llevarla al cuadro de baile. 
Por supuesto, en un grupo de chicas tan reconocidas en un baile no iba a pasar mucho tiempo sin que algún caballero se acercara para invitarlas a bailar, y pronto eso fue lo que sucedió. Wickham invitó a un nuevo baile a Lizzy, Willoughby había dejado descansar suficiente tiempo a Marianne y el señor Knightley hizo lo propio por su amiga Anne, que se sorprendió hasta el estupor, cuando en mitad del baile miró entre los presentes justo al hombre que desde hacía ocho años no había dejado de ocupar sus recuerdos.

Continúa…

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