¿Y nunca ha conocido usted el placer y el triunfo de una intuición afortunada?
De la novela Emma.
Como solía suceder en reuniones
similares, el cuñado de Emma, John
Knightley, se reclamaba su asistencia a un baile como éste, especialmente cuando
había una nevada salvaje afuera, posiblemente todos llevaban ropa más ligera de
la que requería el mal tiempo y sinceramente él prefería tener una cena
tranquila en casa.
—Mi querida Emma —comenzó Harriet Smith, luego de que
dejaran instalados en una mesa a Isabella, la hermana de Emma, y a su esposo—, el salón está precioso, los candelabros exquisitos y el cuarto de
juegos perfectamente ubicado, como siempre un éxito propio de la señorita
Woodhouse.
Harriet Smith era una chica de diecisiete años por
cuya belleza se había sentido inclinada Emma, que asistía al internado de la
señora Goddard y que adicionalmente era la “hija natural de alguien”, cuya
situación en el internado había sido elevada de colegiala a huésped.
—No ha sido nada, mi querida Harriet —las jóvenes
iban tomadas del brazo, mientras paseaban por el salón, sonriendo y haciendo
deferencias a los conocidos que habían comenzado a presentarse al primer baile
público de la temporada—, siempre es generoso realizar una labor como ésta, aunque
no sea el crédito lo que busco, ya sabes.
—Pues todos deberían saber que este baile ha
sido organizado por ti.
—No hará falta, mi queridísima, el crédito, te lo
aseguro, se dará solo.
Las jóvenes pasearon un poco más, ofreciendo
encantos y sonrisas a cambio de felicitaciones, la sociedad de Highbury era
siempre muy agradecida con los favores de los Woodhouse, la primera familia de la localidad.
—¡Mira, Emma, son los Weston! —Señaló la chica al
reconocer a los amigos de su amiga. Emma sonrió, pero no pudo evitar cierta
reserva al ver con ellos a la señorita Jane Fairfax, una joven huérfana, nieta
de la señora Bates, amiga de la familia, por quien Emma sentía una marcada antipatía.
—Mi queridísima Emma —la señora Weston, su
institutriz por dieciséis años, la recibió en un abrazo—, el lugar está
precioso.
—Así es, así es —opinó su esposo—, eres
inigualable para estas cosas como para otras —miró de reojo a su esposa, Emma
fue la genio a la que se le atribuyó la historia romántica entre el señor
Weston y su institutriz—. Tienes muy buen ojo, hija, muy buen ojo. Pero te
tengo una primicia —se acercó un poco más a ella para secretear algo que en
realidad fue audible para todo el grupo—: Esta noche te presentaré a Frank.
Frank Churchill era el hijo del señor Weston, que
fue adoptado por los hermanos de su primera esposa, luego de su muerte, y por
quien los Weston tenían planes en los que Emma estaba incluida.
—Nos complacerá con su visita, al fin —a Emma le
pareció que Jane, con quien apenas había tenido una inclinación de cabeza como saludo,
desvió la mirada como si no le importara algún punto de la conversación—. Ya
sabe cuánto quiero conocerlo.
—Pues hoy será nuestro día, amiguita —le advirtió con un guiño.
Luego de unos minutos de conversación que giraron
alrededor de la llegada de Frank Churchill a Highbury directo al baile, los Weston, acompañados
de su confundida amiga, continuaron hacia el cuarto de juegos.
—¿Has de creer lo que he conseguido? —Le dijo a
Harriet, que la miraba como a un ídolo, cuando retomaron el paseo—. Todos
pensaban que la señorita Taylor se quedaría solterona, sin embargo ahora es una
mujer felizmente casada gracias a mí. Como dijo el señor Weston, tengo muy buen
ojo para estas cosas.
—No lo dudo. Eres extraordinaria, Emma.
Acostumbrada a que le adularan, Emma miró a su nueva amiga
con una idea que desde que recibió la carta de otra amiga, Caroline Bingley, anunciando su venida a Hartfield no
había dejado de revolotear en su cabeza.
—Tengo planes para ti también.
—¡¿Para mí?!
—Así es. Ahora mismo estoy deseosa de que conozcas a
los Bingley.
—¿Quiénes son?
—Una distinguida familia de Derbyshire, Caroline es
mi amiga desde hace algunos años, nos conocimos en Londres, donde fuimos a
bailes y al teatro, su hermano Charles es la persona más agradable sobre la
Tierra, tiene un carácter amable como ninguno, es muy complaciente y jamás le
he visto enfadado, estoy segura de que te encantará, además de que, mi querida
Harriet, con la ventaja de una renta de cinco mil libras al año, y con la
desgracia de tu nacimiento, es exactamente el tipo de amistad que te conviene.
—¡Ah…! ¡Oh…! Mi querida señorita Emma, es muy amable
de tu parte lo que quieres hacer por mí, pero… Mmmm…
—¿Qué sucede, Harriet?
La mirada de Harriet se trasladó hacia una esquina
del salón, en la que un joven la miraba también.
—Verás, desde que tuve el honor de ser invitada con
la familia Martin…
—¿La familia Martin?
—Pues… —la tímida chica, ya ruborizada, bajó la
mirada—, creo que estoy enamorada del señor Robert Martin.
—¿Del señor Robert Martin?
La mirada de Harriet se trasladó nuevamente a esa
esquina del salón en la que Emma bien podía reconocer al granjero solitario, que
no estaba a la altura de la mejor amiga de Emma Woodhouse, y que en comparación
con las amistades que estaba por presentarle, era una desventaja para todos.
—Mi querida Harriet, eres muy divertida, espera que
conozcas al señor Bingley, que compares lo que es un
caballero de un granjero y lo que es estar en la buena sociedad y te aseguro
que no recordarás que una vez conociste al señor Martin.
Insegura de sus sentimientos, Harriet se ruborizó,
pero optó, muy confundida, por sonreír y continuar así, del brazo de Emma, en un
baile que apenas estaba por comenzar.
Continúa...
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