martes, 8 de mayo de 2018

La Cueva del Dragón



Participando nuevamente en el taller de escritura de Literautas.com, "Móntame una Escena", presento mi siguiente relato, aunque, bueno, en realidad va a parecer (y es) una continuación del anterior, lo que posiblemente se confunda con un capítulo y no con el objetivo del ejercicio que es elaborar un relato, pero quise explorar lo de "montar la escena" en La Cueva del Dragón sin darle demasiada relevancia a lo anterior. Espero, de todos modos, no haberlo hecho tan mal, y espero también, como siempre, que les guste. 
Gracias por la oportunidad.
M.

La Cueva del Dragón
Tratando de que no se me note la vacilación me adentro en La Cueva del Dragón y poco a poco me acerco a mi objetivo, a él, la única persona a la que quizá le deba una explicación después de todos estos años.
—Pero miren a quién tenemos aquí —dice con altivez, secando uno de los vasos de sus clientes—, a la celebrada Agatha Mercury.
Éste es Alex, mi novio de la adolescencia, con el que todos en Spring Falls daban por sentado que iba a casarme. ¡Ja!, como si casarme hubiera estado entre mis planes entonces. O ahora.
—Muy gracioso —tomo asiento junto a la barra—. Sí, he vuelto —suelto delante de él, que ha estado observando mi ingreso a sus dominios desde que he puesto el primer tacón dentro del único bar de Spring Falls.
—¿Que no es este pueblo demasiado pequeño para una celebridad como tú?
—¿Qué no es tu ego demasiado grande para un bar tan pequeño?
—Mi bar y mi ego son equivalentes.
—¡Wow…! ¿Debo sentirme intimidada?
—Debes sentirte como que en cualquier momento puedo hacer uso de aquel cartel —señala un aviso de la puerta— y reservarme el derecho de admisión.
—Déjate de tonterías y sírveme un Cosmo.
Se ríe burlón, colocando el vaso entre la vajilla limpia y colgándose el trapo en el hombro.
—¿Qué te hace pensar que aquí servimos Cosmos? —se inclina sobre la barra, sonriendo con exceso de burla—. Sigues siendo la misma fresita que iba a Spring Falls High.
—Y tú sigues siendo el mismo arrogante de entonces.
—Sí, y hoy solo tenemos cerveza, cariño. Estás en Spring Falls, no en un episodio de Sex and the City. Aquí servimos cerveza. Y de la mejor.
Si algo tienen los locales de Spring Falls es su orgullo por la cerveza regional.
—Lo que sea.
Me sirve la cerveza en un tarro y lo coloca delante de mí. Le miro antes de dar un sorbo inseguro, pero al sentir el líquido frío y el alcohol desplegarse por mi piel cierro los ojos. El recuerdo de los momentos que viví durante mis años de adolescencia en Spring Falls, muchos con este chico que tengo delante, y el sabor de esta cerveza se hacen presentes y reflejo de que aunque me hubiera vuelto esta sensación literaria todavía pertenezco a este pequeño lugar.
¿Sintiendo la magia de los ocho grados de la súper birra?
Me despierto del ensueño y le miro con una mueca de desagrado.
—¿Se puede saber dónde están todos?
He visto algunas Belles pero Briana no está con ellas.
—¿Todos?
—Sí, todos: George, Anna, Briana, Hayes.
—Continuaron con sus vidas. Así como tú, así como yo. Ahora, si me disculpas, tengo que atender una situación.
Sale de la barra hacia el área del restaurant para intervenir en lo que parece una pelea. Dos hombres, motorizados por lo que se ve: barba, chaquetas de cuero negro, bandanas, guantes, de los muchos que deben pasar multiplicados por aquí, están a poco de irse a los puños; Alex, que es por lo menos diez kilos más delgado y diez centímetros más pequeño que ambos se coloca en medio de los dos para tratar de evitar el enfrentamiento, pero no pasan diez segundos cuando uno de los hombres saca el primer puño contra el otro, que lo esquiva bien, pero dejando a Alex expuesto y en el campo del golpe.
—¡Alex! —grito al ver que su rostro es doblado por el puño del hombre y bajo del taburete. El otro hombre se acomoda para dar un derechazo a su contrincante pero también va a parar en el hombro de Alex—. ¡Oh, por Dios! —me adelanto hacia el ring en el que se ha convertido la cueva, en el que un grupo de hombres, algunos haciendo apuestas, se ha congregado para ver la pelea que parece tener un solo fin: terminar con Alex—. ¡Chicos! ¡Chicos!
—¡Aléjate Zara! —vocifera cuando ve que me acerco al campo de batalla.
—¡Alex! —me angustia pensar que pudieran golpearlo otra vez, y así sucede, un nuevo golpe arremete, solo que esta vez sucede de un motorizado al otro—. ¡Alex, sal de ahí! —le digo entre el grupo de hombres animando la pelea.
—¡Mantente alejada, Zara! —dice enfadado, dándole un derechazo al primer hombre que le golpeó, derribándole al suelo. El otro al ver la ventaja que tiene se va contra el caído pero Alex lo impide y le saca a rastras de la Cueva.
Terminado el espectáculo me acerco para asegurarme de que Alex está bien aunque sea obvio que está herido.
—Estoy bien —me dice. Acerco mi mano a su mejilla inflamada mientras él me mira.
—Iré por hielo.
Me retiene por el brazo cuando me vuelvo hacia la barra.
—Puedo cuidarme solo. Llevo haciéndolo los últimos cinco años.
—Lo sé.
—Todavía no me has dicho qué demonios estás haciendo aquí.
—Porque todavía no lo sé.
Camino hacia la parte interior de la barra para buscar hielo.
—Es un clásico tuyo no saber lo que quieres.
—Es un clásico tuyo querer saberlo todo.
Envuelvo hielo dentro de un trapo y se lo llevo a la mejilla, no de muy buena gana, es bueno advertir, sus ojos me miran calientes, con odio.
Recupero mi tarro y de un trago tomo el resto del contenido de mi cerveza, saco un billete del bolsillo de mis shorts, se lo coloco en la mano y me largo de La Cueva del Dragón, esta vez —tal vez—, para siempre.


Nota: los personajes de Zara y Alex están inspirados en Zoey Hart y Wade Kinsella de la serie Hart of Dixie.

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