La señora Bennet escuchó el rumor de que un tal
señor Bingley, con una importante renta anual, se presentaría en el baile.
—Jane, mi preciosa Jane —tomó los bucles de su hija
mayor entre los dedos y trató de mejorarlos—, no hay una jovencita más hermosa
que tú en toda Inglaterra. Hoy es tu gran noche.
Cuando la señora Bennet hablaba de la “gran noche”, Jane
y todas sus hermanas sabían a qué se refería; con cinco hijas, todas casaderas,
y sin la posibilidad de heredar la propiedad de la familia en Longbourn al no tener descendiente directo por la línea masculina, conseguirle marido a cada una era su objetivo de vida; el ingenio de la señora Bennet era tal como para enviar caminando, bajo un aguacero, a una importante cena, a su hija
mayor, si esto significaba que podía quedarse de invitada en una gran casa con
tal de conquistar a su adinerado dueño.
—Escúchame bien. Acabo de saber que esta noche se presentará en este baile un hombre que gana cinco mil libras al año.
—¡¿Qué?! —Se cuestionaron Jane, su hermana menor
Lizzy y Charlotte Lucas, su vecina, que había viajado con los Bennet, desde Hertfordshire,
para pasar unos días en Kent, hacia donde originalmente se dirigía la familia
antes de que se desviaran a Highbury; las chicas, en especial las menores,
Lydia y Kitty, estaban desesperadas por asistir a un baile, no habían escuchado
de alguno en las posadas en las que se hospedaron en el trayecto del viaje, que
también tenía propósitos de esparcimiento, y éste, anónimamente organizado por
Emma Woodhouse, cuyos carteles de invitación los habían visto alrededor del
camino, representaba una gran opción. En Kent residía el señor Collins, un primo
distante del señor Bennet y su heredero oficial, con quien su esposa tenía secretas
intenciones de casar con Jane. Sin embargo, con la oportunidad que acababa de
presentarse en el baile, transfería sus planes a su segunda
hija, Elizabeth.
—¿Viene solo, mamá? —Le preguntó Lizzy, tratando de
ocultar una sonrisa, ella era la única de sus hijas capaz de adelantarse a los
sentimientos de su madre.
—Aparentemente viene acompañado de su hermana.
—Oh…, es una lástima, esperaba que pudiera tener un
hermano igual de afortunado —las chicas soltaron una breve carcajada, Lizzy
siempre las hacía reír; a su madre, sin embargo, los sarcasmos de su hija
generalmente le pasaban inadvertidos, no obstante era muy consciente de que, entre las cinco, ésta era la indomable.
—Si conseguimos que ese tal señor Bingley se fije en
tu hermana, será un alivio para la familia. Iré a advertirle al señor Bennet que
debe ofrecerle sus respetos apenas se presente en el baile y que debe entonces
presentarlo con ustedes sin pérdida de tiempo.
Aunque sus deseos los había colocado todos sobre Jane, la señora Bennet
se complacía con que cualquiera de sus hijas conquistara al desconocido.
Al retirarse la señora Bennet, un par de jóvenes muy hermosas, que hicieron acto de
presencia en el baile, se dirigieron directamente hacia donde estaban las
hermanas mayores Bennet y su amiga Charlotte. Las hermanas Dashwood también
estaban de paso por Highbury, viajaban a Londres con su vecina, la señora
Jennings, que se había detenido en el pueblo por unos días para saludar a una
vieja conocida suya, la señora Goddard. Había sido cuestiones del azar que la tarde
anterior todas hubieran coincidido en la tienda de Ford, que intercambiaran
opiniones sobre muselinas y que ello bastara para que no quisieran
separarse e hicieran planes para encontrarse en el baile.
En la opinión de Lizzy, Elinor y Marianne eran dos
jóvenes encantadoras, desde la tarde anterior estableció lazos con la alegre y
espontánea Marianne, sin embargo la prudente y reservada Elinor no le
desagradó, el juicio era lo que la determinada, y Lizzy consideraba que siempre
hacía falta alguien con esas características en un grupo de amigas.
No pasó mucho tiempo sin que las jóvenes fueran
invitadas a bailar, sin embargo ninguna la estaba pasando tan bien como
Marianne, que había sido seducida por los encantos de un apuesto joven, que se
había presentado como John Willoughby. Para las demás, en especial para las
hermanas Bennet menores, nada había superado el baile que la presencia de un
regimiento, que raramente pasaba por el pueblo; Lydia y Kitty estaban felices
de admiración hacia los casacas rojas, quienes, ensalzadas por estos, muy poco se alejaron de la pista de baile, mientras que Mary solo encontró entretenimiento en el piano, las pocas veces que la dejaron tocar. A Elinor le pareció imprudente la conducta de las dos chicas Bennet, en silenció rezó por que cuando creciera un poco más, su hermana Margaret no
incurriera en tan vergonzoso error; no obstante, prefirió reservarse su parecer a las hermanas Bennet mayores, que eran muy distintas a las menores, inteligentes y muy juiciosas, y que en este momento también habían ido a formar parte
del cuadro de baile, mientras ella se acercó a una vieja conocida con la que no
esperó encontrarse en un baile tan lejos de casa.
Continúa...
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