domingo, 17 de septiembre de 2017

Un Amor Encantado, Nueva promoción

Hola, amigos.

Como lo prometido es deuda, paso por aquí para informarles de la próxima promoción de Un Amor Encantado, que estará gratis en Amazon, sí GRATIS, del 19 al 21 de septiembre de 2017. Pero esto no es todo, con tal de que se enganchen muchísimo les dejo, aquí abajito, la sinopsis y los primeros cinco capítulos. Espero que les guste.
 

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Uno

 24 de octubre
(Jueves)
—Hasta que decidiste venir.   
Trémula miré a la alta y sofisticada mujer que salió a recibirme. En el trayecto hasta su cabaña había empezado a llover y hacía tanto frío que mis dientes castañeaban. Sabía que el que estaba por dar no era el mejor de mis pasos, que iba contra las leyes divinas, pero esta acción era mi último recurso.
Las de tu clase siempre terminan solicitando mi asistencia —se giró y caminó adentro de la cabaña esperando que la siguiera—. Ten, sécate —ordenó pasándome un paño que tenía en un armario junto a la puerta—, estás chorreando y preferiría que no enlodaras el piso… Y cierra la puerta detrás de ti.
Me sequé y cerré la puerta como me ordenó. Me impresionó lo lujoso y distinto que lucía el interior de la cabaña en comparación con lo desmejorada y descolorida que se veía desde afuera. Atravesé un primer recibidor y un segundo, todo estaba exquisitamente amoblado y equipado con la última tecnología, especialmente su oficina, adonde me condujo finalmente, después de surcar varios corredores.
—Lo tuyo no se solucionará con algo ligero, te confieso, normalmente con un poco de Poción de la Seducción suelen resolverse casos similares, mas llevo días estudiándote y sé que tengo que recetarte algo fuerte —no bajé la mirada al escuchar la dificultad de mi caso—. Lo que te pasó es el cliché más recontado de la historia. Una chica como tú no se deja quitar el novio tan fácilmente. ¿Qué te pasó, querida?
Apreté más mis labios y no le respondí; su comentario me había parecido fuera de lugar. Si había venido…, si me había degradado viniendo aquí, usar un recurso como éste, era justo porque una chica como yo ya no contaba con las herramientas suficientes para mantener a su lado al hombre al que amaba.
—Bueno, bueno…, verifiquemos tu caso.
La mujer tomó asiento en una silla blanca impoluta que acompañaba a un elegantísimo escritorio de tope de mármol, sobre el que reposaba una Mac de última línea. Señaló el puesto de enfrente para que yo lo ocupara, una silla que hacía juego con la suya, en la que parecías flotar sobre plumas o motas de algodón cuando te sentabas. Ella tecleó algo en el ordenador y luego giró la pantalla en mi dirección para mostrarme su búsqueda en una página web que reconocí como la suya. Junto a mi foto aparecía la siguiente descripción:
Nombre completo: Marie Estrella Miller
Edad: 19 años
Padres: Andrew Miller y Teresa Miller
Hermanos: Ross Miller
Características: orgullosa, frívola y vanidosa.
Pasatiempos: ir de compras
Ocupación: estudiante de la universidad Enchanted
Situación sentimental: Soltera (ruptura reciente)
Ex novios: Nico Marcus McDowell
Pretendientes: uno detectado (click aquí para ver)
Probabilidad de Marie Miller de restablecer su relación con Nico Marcus McDowell: 5% (click aquí para ver tratamiento recomendado)
Casos relacionados con Marie Miller: Marissa Collins, Pennelope Roberts, Avril Abbott
¿Qué era todo esto? ¿Cómo era que información sobre mí circulaba libremente en la red? ¿Y cómo era que si yo misma había visitado esta página para solicitar el auxilio de esta señora no me había encontrado con esta calamidad?
Sentí que me puse colorada del bochorno, esto sobrepasaba los límites de la privacidad, además de lo hiriente que era leer lo muy fuera de mi alcance que parecía estar Nico y la imposibilidad de mi caso. Cinco por ciento de probabilidad de restablecer mi relación con él. ¿De veras?
—¿Cómo es que detalles de mi vida están libremente publicados en su página web?
Pregunté con orgullo.
—Sé todo lo que sucede en Enchanted, querida. Y esto, esto no puede verlo cualquiera, excepto yo. Es lo que antes se conocía como bola de cristal. ¿No es asombroso cómo han cambiado los tiempos? El mundo entero en un click —agregó un guiño.
Me tragué las ínfulas de esta br… mujer.
—Siendo así, imagino que no existirán casos difíciles para usted —dije intentando provocar su orgullo.
Por supuesto que no, querida, pero necesito que estés muy consciente de que mis tratamientos suelen debilitarse cuando dos de estas personas se encariñan demasiado; es un error que no consigo subsanar y es mi deber ser clara contigo.
—¿A qué se refiere cuando dice “dos de estas personas” o “las de mi clase” —intervine; esta mujer parecía tener especial interés en hacerme sentir inferior al resto del mundo y disfrutarlo. Y yo no era inferior a nadie.
—No, no. No me gusta tu tono. Mis tratamientos no funcionan de ningún modo bajo estrés.
—No consigo que mi novio regrese conmigo; ¿le parece que estoy estresada? —repuse chillonamente.
—Sí, querida. Tranquilízate; ya verás que lo tendrás de regreso y muy pronto; las de tu clase, mujeres ambiciosas, definidas en lo que quieren, siempre lo consiguen y se valen de todo para ello; justo por eso estás aquí, en el lugar adecuado, con la persona indicada. Tu amiguita, sin embargo, goza de una momentánea compatibilidad con él. Compatibilidad que nosotras debemos desequilibrar.
—¿De qué compatibilidad me habla? ¿Acaso Nico y yo no somos compatibles?
—No he dicho eso.
—¿Qué quiere decir, entonces?
—Mira, Marie, una persona puede ser compatible con muchas, pero hay una en específico con la que tiene mayor afinidad, y si este porcentaje alcanza el noventa y nueve por ciento, decir cien sería la perfección, y, en lo personal, no creo en las relaciones perfectas; además serían totalmente tediosas, ¿te has puesto a pensar? ¿No te disgusta la monotonía? En una relación debe haber pasión, romance, exigir para ceder, no sé si me vas copiando —argumentó con un guiño—. Actualmente estoy en un ochenta y cinco por ciento de compatibilidad con mi pareja y, créeme, nos divertimos muchísimo. Pero, bueno, lo que intentaba decirte es que si ese porcentaje alcanza o se acerca a la perfección, si estas dos personas lo consiguen naturalmente, se puede pensar que serán inseparables y que tendrán todo lo que te he mencionado sin necesitar de mis buenos oficios, esa pasión que procuro devolverle a mis clientas y a sus maridos. A esta clase de gente les llamo “los invisibles” porque muy poco puedo seguirlos a través de mi software sofisticado. Pero no nos ocupemos de eso ahora; lo que necesitamos es revertir ese cinco por ciento.
—¿De qué porcentaje de compatibilidad estamos hablando en el caso de estas dos personas? —odiaba tener que preguntar esto.
—Querida, creo que empecé diciéndote que tu caso era en extremo difícil. Pero no hay nada que Estherina no pueda resolver. Eso te dije también.
Tragué en seco. ¿Giovanna y Nico eran perfectos? Gruñí mentalmente. Esto no podía estar pasándome. No podía estar pasándome.
—Haré lo que usted me diga —repuse desesperada.
—Ésa es la actitud que quería escuchar.
Se subió a una escalera con ruedas incorporadas y, tomando impulso con los tramos, se paseó a través de la oficina; la estantería ocupaba dos paredes enteras y estaba dotada de grandes y polvorientos libros, pero, más que nada, una buena cantidad de brebajes en botellas de distintos tamaños. Después de revisar con detenimiento los anaqueles, escogió tres frasquillos.
—Aquí tienes lo que necesitas —colocó los brebajes delante de mí.
—¿Qué se supone que son?
—Tu tratamiento, querida —tomó asiento nuevamente—. Como te dije, en casos menos complejos bastaría con la Poción de la Seducción para regresar a ti a ese chico, pero en el tuyo necesitamos un trabajo superior, desde el subconsciente a la depuración.
¿Subconsciente? ¿Depuración? Fruncí todo mi rostro, preocupada por lo que esta br… mujer estaba por ofrecerme.
—Lo primero que harás será preparar un altar, ya sabes, con velas, fotos y artículos personales que tengas de él, fotos de ustedes juntos, incluso. Sobre estos objetos diseminarás la poción número 25, Psiquis, que trabajará su subconsciente durante la noche. La próxima vez que lo veas, e intenta que sea el día siguiente, te pondrás la número 17, Seducción, sobre los puntos importantes: tu pelo, tu cuello, el lóbulo de la oreja, las muñecas y tu pecho… Ya me vas entendiendo lo estratégico de los lugares —añadió con un guiño—. Aplícala en cualquier otro que consideres. Necesitas que él detecte la esencia o no funcionará. Cuando tengas la primera oportunidad, vierte todo el contenido de la número 5, Depuración, en alguna bebida o alimento que a él le guste. Esta pócima hace buen camuflaje con el vino tinto, el café o el chocolate tibio. Su efecto es el más fuerte pero necesario. La depuración, en tu caso, es la clave para borrar todos aquellos sentimientos que no estén asociados contigo; es como un reset —explicó mirando alguna cosa de su interés en la Mac—. Que presente fiebre, indigestión, cólicos y vómitos es un efecto normal de esta última y debe —me miró enfatizando con la misma intensidad que en su tono de voz— padecer estas vicisitudes para lograr nuestro objetivo, Marie: que su vida gire alrededor de la tuya.
Sí, por favor, por favor…
Justo esto quería, que la vida de Nico girara alrededor de la mía, que solo yo existiera para él y que Giovanna se borrara de su mente.
El caso no está sencillo, debo advertirte, en mis trabajos me caracterizo por la sinceridad. Es el secreto de mi éxito. Pero, si en una semana no hemos logrado nuestro objetivo, deberás repetir el tratamiento, y, para asegurarnos un poco más, en un mes; que estemos totalmente positivas de que no se revertirá. Por supuesto, todo esto será parte de un nuevo contrato.
Con cierto grado de desconfianza, tomé las pociones y las guardé en mi bolso, de donde saqué el dinero acordado, para ponerlo frente a esta charlatana.
—Será mejor que funcione de una vez, estoy colocando en sus manos los ahorros de mis últimos dos años.
—Funcionará… Funcionará… —tomó el mazo de billetes y, lamiéndose el anular, los contó uno a uno—. Empieza el tratamiento esta misma noche, si lo dejas correr más días, no habrá pócima que funcione. Lo que veo en estos dos va creciendo y volviéndose más fuerte e indestructible…
Sin estar todavía segura de lo que debía hacer o de que me gustaran las palabras de esta br… mujer, empecé a levantarme de la silla para retirarme. Ella me detuvo antes de que estuviera en la puerta.
¡Ah…! Seducción suele tener un efecto secundario en algunos hombres, querida, no en todos, pero podría darse el caso, especialmente si alguno de ellos tiene el olfato muy desarrollado, uno de esos sabuesos, seductores de profesión; otros podrían ni siquiera notarlo. No te preocupes si ocasionas un poco más de revuelo del que estás acostumbrada con esa figura bonita que tienes combinada con la esencia. Te explico: la fórmula con tu pH hará una reacción química que se sentirá a tu alrededor, pero no te inquietes, la fragancia que se desprenderá de ti será agradable y, por lo general, es una poción que actúa sobre el objeto al que se desea seducir, solo que es algo fuerte y revuelve un poco a los demás, mas no te preocupes porque el efecto se extiende unas pocas horas. Cierto mareo y sudor son los síntomas que se derivan de ella. No los padecerás tú, sino tu objeto a seducir. Pero no te ocupes de esto tampoco, recuerda que Psiquis estará actuando sobre tu novio durante la noche y hará que detecte tu aroma y que se sienta intensa e inmediatamente atraído por ti al primer encuentro. Seducción aquí será solo una ayudita, Psiquis y Depuración serán nuestras principales aliadas. Sin embargo, aunque sé que no eres una de esas chicas, te recomiendo abstinencia, querida, eres muy bonita y coquetear con alguien más cuando te pongas la Poción de la Seducción podría enredar nuestro caso.
Coquetear con alguien más, ¿cómo se le ocurría? El único hombre con el que había coqueteado en toda vida me había dejado por mi supuesta mejor amiga. Mi venida a este siniestro lugar no se trataba de coquetear, se trataba justamente de recuperarlo, de que fuera mío y de nadie más.
***
Empapándome, afuera todavía caía el torrencial aguacero, corrí por el boscoso camino pensando en que después de esto no quería saber de esta br… mujer nunca más. Me abrí paso entre la maleza hasta que llegué a la carretera del pueblo, donde los autos pasaban a tal velocidad que convertían en lodo mis piernas y mi vestido. Esto era humillante, lo que Nico me había hecho, fijándose en esa tontuela, era una ignominia, y que yo, con todos los encantos que poseía, tuviera que recurrir a un recurso tan bajo para mantenerlo conmigo era la última degradación.
Más autos pasaron junto a mí e intenté cubrirme el rostro con el cabello, lo que menos quería era ser reconocida en un camino como éste; pero supe, cuando un motor redujo la velocidad y el conductor me habló, que ya era imposible pasar inadvertida.
—¿Cómo es que ese novio tuyo te deja sola, a tu suerte, en una noche como ésta? —dijo quitándose la chaqueta de cuero para ofrecérmela.
Mi noche no podía tener un cierre más atropellado.
—Sube.
En otra oportunidad le habría dicho que jamás me pondría algo adquirido en una venta de garaje ni me subiría a su sucia moto, poniendo énfasis en que yo viajaba en autos como el de mi novio millonario y que él era un simplón. Él batiría ese cabello castaño ordenadamente desordenado, reiría con ese toque de lujuria que tenía, se pondría el casco y me salpicaría un poco más de lodo porque le encantaba tener este tipo de trato conmigo. Pero hoy no estaba para esto, ese novio, al menos esta noche, no vendría a salvarme en su encantador auto. Lo miré, eso sí, como si fuera mi último recurso, tanto o en el mismo grado que las pócimas de la br… mujer, y me subí detrás de él, aceptando su chaqueta. El ligero suéter que me había puesto hoy para salir estaba tan empapado como mi vestido.
—Sujétate —me ordenó después de darme el casco del pasajero.
—Ni lo sueñes —puse mis manos sobre mis rodillas y traté de conservar el equilibrio, manteniendo mi cuerpo alejado del suyo, conteniendo el orgullo de tener que rebajarme a que él me transportara a casa en su burdo vehículo. Lo escuché reír adelante y eso me enfadó más. Después de, no lo sé, cinco minutos,  creí que iba a tener el paseo más largo de mi vida, todavía en moto y bajo este aguacero, este cretino aceleró con tal fuerza que tuve la necesidad de abrazarme a él para no caer.
—Te advertí que te sujetaras.
Percibí la malicia viva en su tono.
—Eres un idiota.
—El idiota que está salvándote el trasero.
—No te soporto, Bruno —él rió y rió hasta que llegamos al dormitorio, conmigo apretada a su espalda.
Me quité el casco de mala gana, casi tirándoselo, y entré a la casa, agradecida de tener esta chaqueta que me cubría de lo expuesta que me había dejado la lluvia y la transparencia de toda mi ropa. Atravesé el recibidor, donde algunos de los chicos miraban películas, ignorando mi entrada como siempre lo hacían, y me dirigí a mi habitación, que, gracias a las acciones caritativas de mi querido ex novio, tenía ducha interna. Me di un baño de agua tibia y di inicio al plan de reconquista de la única relación que había conocido en toda mi vida.


Dos

 25 de octubre
(Viernes) 
Por lo visto, esta mañana iba a saltarme las dos primeras horas de clases.
Desperté con una jaqueca insoportable, parecía que había tomado dos botellas de licor y cenado un toro. Bajé las escaleras del dormitorio y me dirigí al desayunador, Bruno ya estaba ahí, con esos ridículos pantalones de mezclilla que le caían sobre las caderas, el torso descubierto y ese cabello salvaje que no se ocupaba en… en… ¡Ay!, qué molesto era este tipo, con su exceso de confianza y su actitud desinhibida.
—¿Mala noche? —preguntó llevándose la taza de café a la boca.
—No te importa —me detuve junto a él para servirme también. Café y una barra de cereal solían ser mi desayuno.
—¿Qué pasó con Mr Millionaire, ya no duermes con él?
—Otra vez: No te importa.
Bruno rió burlonamente, echándose sobre el hombro la camiseta gris que tenía apoyada en una de las sillas y empezó a retirarse, con la taza humeante de café todavía en las manos.
—Respuesta defensiva —añadió desde el umbral con esa sonrisita petulante, después de sorber otro poco de café. Intenté no escucharlo ni responder sus ataques, puse azúcar a mi taza y revolví—. Tienes algo mío.
—¿Disculpa?
—Tú, tienes algo mío.
Lo miré ofendida. ¿No podía tomar un poco de su desabrido café?
—Mañana lo preparo yo —repliqué, ahora sí, a la defensiva y en un tono un poco alto—, no seas enfadoso.
Pero él no se molestó sino que se rió de mí.
—Hablo de mi chaqueta.
¿Cuál chaqueta…? Ah, claro, anoche él me había traído en su motocicleta y me había prestado su chaqueta.
—Tengo que lavarla antes de devolverla —respondí orgullosa.
—No hará falta.
Huele mal —le reñí.
—Así la quiero.
—¿Qué te pasa? Es solo una chaqueta y he visto que tienes muchas.
Sonrió como si le hubiera confirmado algo y caminó ligero hacia mí, gracioso en esos pantalones que le caían en el exacto punto de sus caderas y que me hacían detener la mirada en su abdomen descubierto.
—Quiero ésa —agregó colocándose junto a mí, enfatizando con la taza de café sobre el mesón.
—¿Qué crees, que quiero quedarme con ella…? ¡Ja! Por favor… Tengo suficientes chaquetas, de diseñadores, nada comparables con esa cosa que me prestaste, adquirida en una venta de garaje, estoy segura —recuperé mi taza y me dirigí a la salida de la cocina, tropezando adrede con su brazo. Lo escuché reír otro poco y lo último que supe era que estaba sujetándome y haciéndome dar la vuelta para tenerme frente a él. Algunas gotas de café chorrearon de la taza al piso.
—Suéltame —le exigí pero no me liberó.
—Prefiero la que te di —dijo ladeando el rostro—, quizá, más tarde, necesite prestársela a otra chica en apuros…
Seis meses tenía conviviendo con la arrogancia de este tipejo y mil veces me reclamé por qué tuve que flaquear aquella noche, sesenta días atrás, cuando volví al dormitorio, después de una de mis campales peleas con Nico, y me dejé besar por él.
—Hey, tú —me dijo en aquella ocasión, cuando me vio deslizarme por las escaleras, donde estaba él, rodeado de un grupo de mujeres. Siempre lo veía metiendo una chica distinta en su habitación, y, desde entonces, podía ver cómo babeaba cada muchachita que se hospedaba aquí al verlo, aunque él parecía no tener interés en ninguna. Había escuchado, en una de éstas que me acerqué al desayunador sin que nadie me notara (yo no era del agrado de ninguno en esta casa), que tenía una regla de oro: las chicas del dormitorio eran intocables para él—, ¿adónde vas?
—A dormir.
—Espera, espera, son… —me detuvo amablemente y miró su reloj—, las dos de la madrugada; la noche apenas comienza. ¿Qué toma la princesa?
Las demás vieron que sin mayor esfuerzo había obtenido su atención y empezaron a retirarse.
—Vino, champagne. Nada que puedas costear.
Bruno rió por lo bajo.
—Eres una fresita, ¿no?
—Sí, ¿y?
Continuó riéndose burlonamente de mí y eso me enfureció; le quité la cerveza de la mano y bebí de un trago lo que quedaba en la botella.
—Oye, con cuidado.
Nuestros dedos se tocaron en el momento en que puse la botella vacía sobre su pecho y él la recibió. Nuestras miradas también coincidieron el mismo tiempo o un poco más. Me limpié la boca con el reverso de la mano.
—Ven —me dijo apoyando la botella en una esquina del peldaño y tomando, ahora sí, completamente mi mano.
—Espera, ¿qué…?
—Tengo vino por aquí, vamos —dijo otra vez y me llevó arriba, a su habitación.
—¿Qué haces?
Abrió la puerta y voluntariamente entré. No tenía miedo de estar aquí ni de él, mi habitación estaba justamente al lado, de hecho, había una puerta, que siempre había estado bajo llave, que las comunicaba.
—¿Qué tipo de trato hicieron contigo? —pregunté mirando alrededor. Sabía que mi habitación era vip, envidiada por los demás inquilinos, que me veían de reojo porque era la única que tenía ducha incorporada (o eso creía yo), pero ésta, además, tenía cocina integrada. Lamenté que en los tres o cuatro meses que llevaba viviendo en este dormitorio no me hubiera dado cuenta del potencial de la habitación continua a la mía. Debí ser más astuta y pedirle a Nico que me alquilara ésta y no la que yo ocupaba.
—Uno muy bueno —respondió abriendo la vinera para extraer la botella.
—En realidad no quiero tomar nada —dije aclarándome la garganta—. Necesito descansar.
—No es lo que pareció allá abajo, además, es una inofensiva copa. No te hará daño.
Me crucé de brazos mientras traía el vino.
—La verdad no entiendo, si tienes esta cocina, ¿qué haces bajando a comer?
—Y perderme la oportunidad de congraciar con los demás —me extendió la copa—, de verte todos los días —agregó golpeando su vaso contra el mío—. No.
—Debo irme… —dije después de sorber un trago, él aceptó de vuelta mi copa sin decir nada, yo alisé mi vestido y empecé a retirarme; sin embargo me pareció el momento de hacer una pregunta más—: ¿Con cuántas chicas de este dormitorio has usado esa línea?
—Tú eres la primera —dijo sorbiendo de un trago lo que quedaba de mi copa—, pero planeo ponerla en práctica más a menudo.
—¡Wow…! —me llevé las manos al pecho—, qué especial me siento —él rió un poco de mi sarcasmo.
—Pero funcionó, ¿no? —la frase.
—Esta noche no dormiré pensando en ti.
Él rió nuevamente, miró su copa y le dio un sorbo. Yo lo miré a él, hipnotizada, como si algo alrededor nuestro hubiera cambiado, la atmósfera intensificado o una neblina inexistente se hubiera colado por la rendija de la puerta y nos hubiera invadido. No sé explicarlo pero no salí de la habitación, me devolví hasta donde estaba él, le quité de las manos esa copa de la que había sorbido y bebí todo el contenido, deseando que mis labios se hubieran adherido justo donde habían estado los suyos.
—¿Estás acostumbrada a beber así? —preguntó con curiosidad, quitándome la copa de las manos para apoyarla sobre la isla de su cocina.
¡Ja!, claro… No.
Cuando acompañaba a Nico a eventos sociales tomaba vino, dos copas a lo mucho, distribuidas en dos o tres horas. Nunca había tomado media botella de cerveza y una copa de vino, de un solo trago, en menos de diez minutos.
—Por supuesto, mi novio asiste a muchísimos eventos sociales y galas y me lleva a todas con él, ¿qué crees que sirven ahí?
—Pensé que tomabas ginger ale.
Le di la mirada más sarcástica que tenía y él se rió de mí nuevamente. Empezaba a molestarme lo graciosa que le parecía.
—Te defiendes como una niñita consentida.
No repliqué sino que lo miré dos segundos más, mi ego se sintió afortunado de obtener esta atención después de que mi novio desdeñara la mía por la de mi amiga.
—Buenas noches —dije antes de que me diera otro de mis ataques impulsivos, pero cuando giré sobre mis talones, sentí que la cabeza me dio una vuelta completa y que tambaleé.
—¡Cuidado! —exclamó sosteniéndome de los brazos para evitar que me cayera. La cabeza todavía me giraba y su imagen se repetía de tres a cinco veces, de tres a cinco Brunos, todos tan atractivos como el original. Traía el cabello salvaje como me gustaba, sus mejillas lucían un poco enrojecidas y sus ojos rayados brillaban al punto de hacerme sentir cosquillas en el estómago. Qué bueno que yo tenía novio y él una estúpida regla de no salir con las chicas de este dormitorio.  Qué perfecto el ambiente en el que vivía, donde, al menos con este chico, había que resistirse de coquetear. La gente podía hablar de mí lo que quisiera, pero solo había tenido un único novio desde los dieciséis y nunca le había sido infiel, ni siquiera con el pensamiento. Pensamiento, ¿adónde se había ido cuando no vi venir esos labios carnosos que se pegaron a mi boca con tanta fuerza?
Bruno me atrajo hacia él y me apretó con ímpetu, su lengua recorrió mi boca y con la mía busqué la suya, sus manos bajaron desde mi cuello hasta mi cintura y yo tomé impulso para colgarme en esas caderas que tanta curiosidad me provocaban; él empezó a andar, no sabía adónde porque la cabeza todavía me daba vueltas por la cerveza, el vino y el beso, pero adonde fuera estaba bien.
Fui abriendo un poco los ojos porque me sentía desorientada, Bruno seguía con los suyos intensamente cerrados aunque se notaba que conocía cada centímetro de su alcoba sin necesidad de mirar nada. A tientas me fue llevando a un espacio que había visto desde que entre a la habitación y que para mí significaba el último de los pecados, la paila del infierno…
No, no, no, su cama, no.
Cobré conciencia de dónde estaba y con quién, que me hubiera peleado con Nico, otra vez, por su obsesión en darle la razón en todo a Giovannita, otra vez, no justificaba mi actual actuación de dejarme llevar por esta atracción oculta que sentía por mi vecino. Inmediatamente me separé de sus labios y esperé que abriera esos ojos felinos que tenía.
—Bájame —él me miró desconcertado pero caballerosamente quitó sus manos de mis caderas y me permitió deslizarme al piso—. ¿Qué te pasa? —le reclamé empujándolo un poco.
¿Qué? —respondió riéndose y limpiándose la boca. Este chico me hacía enfurecer.
—¿Por qué me besas?
—Tú querías que te besara.
—¿Cuándo dije eso?
—Lo expresaste con tu actitud.
—¿Mi actitud? Mira quién habla de actitud. En tal caso, si permití que me besaras fue para que dejes de mirarme como estúpido cuando estoy alrededor tuyo.
Bruno rió más fuerte.
Yo te miro como estúpido.
—Cada vez.
—Ah, tú no me miras el abdomen cuando me encuentras en el pasillo o en el desayunador —dijo quitándose la camiseta por encima, provocando mi mirada.
Por favor… —repliqué mirando a hurtadillas su abdomen cincelado.
—¿No lo haces? —me obligué a alejar la mirada de su abdomen. Bruno me levantó el mentón y me besó otra vez.
—No seas presumido —lo empujé y él rió cayendo en una esquina de su cama—. Y deja de hacer eso.
—¿Qué cosa?
—Besarme.
Lo vi venir de nuevo, decidido, como un lobo acechando a su presa.
—Deja de besarme —puse mi dedo índice sobre su pecho, algunos vellos se arremolinaban ahí y sentí deseos de jugar con ellos. Él miró dónde lo estaba apuntando, me levantó la quijada y me plantó otro beso.
—Aseguras que soy quien te observa pero siempre que tienes oportunidad estás mirándome —argumentó con arrogancia.
—Y yo pensé que tenías una regla. 
—¿De qué hablas? —preguntó entornando los ojos.
—Que no salías con chicas del dormitorio.
—Es cierto, no salgo con ninguna.
Claro, estos tontos besos no me hacían especial ni salir con él. ¿En qué estaba pensando? Agité la cabeza para sacudirme los confusos pensamientos, esa media cerveza y la copa de vino me estaban afectando.
—¿Cómo sabes eso?
—No te importa —lo escuché reír un poco más al salir de su habitación. Cuando entré a la mía me miré en el espejo, mi rostro estaba caliente y mis labios inflamados pero sonrientes.
Aun así, habiendo comprobado, hace dos meses, que era un experto de la seducción, este chico tenía que ser el peor coqueto de Enchanted Hollow si pensaba que diciéndome que necesitaba su chaqueta para prestársela a otra chica estimulaba mi interés en él. No me importaba con quién salía o qué hacía con su vida. Lo miré con ojos iracundos. Quería que me liberara. Debía empezar a prepararme para ver a Nico y continuar con el segundo paso del tratamiento.
—De verdad —dijo, entonces, con la guardia baja, liberando mi brazo—, ¿qué hacías por ese camino anoche?


Tres

Definitivamente hoy me saltaría todas las clases de la mañana. Me apresuré en arreglarme; si quería que el tratamiento funcionara tenía que estar en el apartamento de Nico antes de las nueve, antes de que saliera a trabajar. Unté la Poción de la Seducción en los puntos claves, tomé un taxi y me dirigí al único edificio alto de Enchanted Hollow. De acuerdo a lo que me había explicado la br… mujer, durante la noche, el altar que hice y Psiquis debieron trabajar sobre su subconsciente. Mi llegada, más allá de sorprenderle, iba a gustarle.
—Marie… —exclamó sorprendido, mirándome de arriba abajo. Consideré vestir uno de los trajes más reveladores que tenía, uno que él mismo me había obsequiado hace unos meses para hacer las paces conmigo—. ¿Qué haces aquí…? —él solo vestía una bata de baño.
Sin permitirle pensar en la posibilidad de rechazarme, como lo había hecho desde que me diera el ultimátum de dejarlo establecer una relación con la tontita de Giovanna, hace dos semanas, me lancé sobre él y lo besé. Esta Poción de la Seducción tenía que funcionar, me la había colocado incluso en los labios para que tuviera un resultado más efectivo, lo empujé dentro del apartamento, cerré la puerta detrás de mí y lo besé otra vez.
—Marie, espera…
No dejé que hablara sino que lo fui llevando hasta el sofá.
—Te he extrañado… —le dije sin detener los besos; él respondió cada uno. Cinco por ciento de compatibilidad, un cuerno.
—Marie…
—Shhh… no digas nada. Esto es por los viejos tiempos —argumenté para que me permitiera ejecutar mi plan. Nico siempre había sido débil, pero sabía de sobra cómo era, si estaba tan enamorado de ésa, no la engañaría con nadie, ni siquiera conmigo, su novia de los últimos tres años.
—No, Marie, no… —intentó controlar mis manos sin éxito—. Dios, te ves muy atractiva.
—Nico, tú y yo pertenecemos uno al otro —me quité la chaqueta y continué besándolo, siempre supe que no sabría resistirse a mí si lo encontraba solo.
—Marie… —me senté a horcajadas sobre él y lo besé hasta que ninguno de los dos tuvo aliento, él recorrió mi cuello, donde había colocado la esencia, y bajó un poco más hacia otros lugares.
Sonreí.
—No puedo, no puedo. Lo siento —dijo moviéndome a un lado y levantándose del sofá—. Tienes que irte.
—Está bien, está bien —me arreglé el vestido e intenté sonar comprensiva, mi mejor actuación falsa. Con lo que había pasado me conformada, él había tocado tres de los puntos claves, donde me había puesto muchísima Poción de la Seducción—. Sé que estás con alguien más, que ya no sientes lo mismo por mí, y que pasara algo entre nosotros sería injusto.
—Muy injusto, con ella y contigo también, Marie. Lo siento.
—No lo sientas, por favor, yo estaré bien —bajé la cabeza y me miré los dedos. Lo escuché suspirar y venir hasta donde estaba yo.
—No me hagas esto —dijo levantándome el mentón.
—¿Qué cosa? —repuse con mi rostro más afligido.
—Ponerte así.
—Estoy bien, de veras. ¿Me dejas prepararte un café mientras te arreglas? —le propuse con mi voz de tontuela. Tenía que sacar provecho de este momento flaco para seguir las instrucciones de la br… esa mujer.
—Deberías irte, Marie.
—Te prometo que me iré, que no te molestaré otra vez, pero, concédeme este café, ¿sí?
—Está bien, sabes que me cuesta decirte que no —le sonreí—. Y siempre has hecho el mejor café.
—¿Algo en lo que superé a Giovannita? —dije con coquetería.
—No hay un concurso entre ustedes.
Le sonreí como si estos fueran nuestros últimos minutos juntos y lo envié a vestirse mientras yo preparaba el café. Sin resistirse más, me sonrió de vuelta y caminó a su vestidor.
***
De camino a su trabajo, Nico me dejó en la facultad. Había estado sudando frío y aflojándose la corbata durante el trayecto. Esta br… mujer sí que sabía lo que hacía; Seducción empezaba a hacer efecto —¿o tal vez Depuración? Bruno se había tomado todo el café, donde había puesto la pócima más importante del tratamiento, según las consideraciones de ella—. Lo cierto era que, al fin, después de dos semanas de tortura, de buscarlo y solo recibir rechazos, iba a recuperarlo; mi vida volvería a la normalidad, a lo conocido. Le di un beso de falsa despedida y pasé a las pocas clases que restaban de mi mañana.
Al mediodía me dirigí a la cafetería, tomé una manzana y me serví un poco de puré y vegetales cocidos.
—Veo algo que me pertenece —me dijo esa voz sardónica que ya me era tan familiar—. Pensé que no estaba limpia.
—Resultó que olía mejor de lo que pensaba —repuse sin levantar la mirada, abriendo grande la boca para tragar el bocado de puré y brócoli. Él rió de mi desenfado y se sentó a mi lado. En su plato llevaba guiso de carne y arroz.
—Te gusta mi olor, entonces —dijo masticando.
Lo miré con horror, ¿de dónde sacaba que me gustaba su…? Reparé en lo que yo había dicho antes y comprendí por qué me atacaba.
—No, Idiota. Esta mañana salí apresurada y fue lo primero que encontré. No te emociones —puse mi sonrisa más irónica y él rió también.
—Está bien, está bien. Sé entender cuando a una chica le gusta algo de mí. Puedes quedártela, a ti te queda mejor.
—No necesito de tu beneficencia.
—Sabes que anoche pensé que sería una de tus alocadas noches de SPM, una de ésas en las que te lanzas sobre mí y me comes a besos.
—No padezco de SPM, y te recuerdo que fuiste quien me besó aquella vez.
—Hmm… No recuerdo que te quejaras.
Recuerdo  que te dejé claro que si me dejé besar fue para que se te quitaran esas ganas acumuladas que tenías.
—Sí, claro, solo yo tenía ganas acumuladas. Ahora, te explico —dijo descansando un brazo en el espaldar de mi silla y acercándose tanto a mí que pensé en retroceder—, ese beso me dejó ganas de otras cosas.
Su réplica me tomó desprevenida, él tenía esa virtud, dejarme sin saber qué decir. Tragué sospechando lo que otras cosas significaban en su mente e imaginariamente agité la cabeza para deshacerme del pensamiento. Miré mi comida, pero solo conseguí jugar con el puré.
—Empeoraste la situación, Muñeca.
¿Muñeca?
—¿Me dirás qué te sucede? —retrocedió.
—¿Desde cuándo eres mi confidente?
—Desde que te encontré sola en una carretera oscura, en una noche fría y lluviosa —jugué otro poco con la comida, desde que apareció se me redujo el estómago, no obstante él comía con muchísimo apetito y con bastante naturalidad—. Mira sé que soy considerado el mejor besador de la facultad y que soy popular por otros encantos que por una estúpida razón tú te resistes a experimentar, pero también soy bastante bueno escuchando y, si está a mi alcance, dando consejos.
—Ahora resulta que eres psicólogo.
—En Psicología espero especializarme, sí.
—Deja de decir tonterías.
—Te digo la verdad.
—Claro que no —dudé.
—¿Por qué iba a mentirte?
Porque te gusta molestarme con cualquier tontería.
—No pintas como un psicólogo.
—Pero lo seré. Y de los buenos.
—Yo no pagaría un centavo por una sesión contigo.
—Bien, porque las tuyas serán gratis —dijo acercándose demasiado a mí.
—Guarda tu distancia —puse mi brazo como barrera, en el medio de los dos.
—¿Qué es ese olor? —preguntó frunciendo la nariz, luego de que la manga de su chaqueta se levantara un poco y expusiera mi muñeca.
—¿Qué olor? —dije nerviosa, recogiendo el brazo y ajustando la manga de la chaqueta.
—¿Vainilla, chocolate, fresa? ¿Jazmín, lavanda, naranja?
—No sé de qué hablas.
—¿Te pusiste todo el frasco? Es empalagoso y fuerte. Ahora que lo recuerdo, lo he percibido desde la mañana, tu fragancia ha estado persiguiéndome todo el día.
Bruno se acercó a mí otra vez y puso su nariz en mi pelo.
—¿Qué haces? —intenté alejarlo pero él siguió la línea de mi cuello hasta el volumen debajo de éste, que medianamente se dejaba ver a través de su chaqueta, y continuó por mi brazo, subiendo la manga, hasta dar con mi muñeca—. Bruno, para, deja de olerme. No se supone que tú… —él me miró con ojos entornados y yo me alejé.
—Es horrible ese olor. Te regalaré un nuevo perfume.
—Tú no tienes con qué regalarme nada.
—Es cierto —repuso burlonamente—, tu novio es el millonario. Puff, Marie, apestas —agregó, separándose de mí.
—No te soporto, Bruno —recogí mi bandeja, ya había almorzado suficiente—. Y no necesito tu chaqueta de segunda.
Quise dramatizar, quitarme la chaqueta y devolvérsela, pero no podía darme ese lujo, mi vestido era demasiado polémico.
—No veo que me la regreses —me provocó y eso me enfureció más. Seguí mi camino evitando escuchar su risa burlona—. Nos vemos en casa, Cariño. Date una ducha, ¿sí?
—Idiota.
Varios tipos me silbaron mientras me alejaba. Sabuesos. Seducción estaba dejando la estela a mi paso.
Cuando me supe lejos de la percepción de Bruno, olí mi cabello y mis muñecas, que era lo que estaba a mi alcance, y sí, olía un poco a chocolate, a vainilla y a fresa, a lavanda, a jazmín y a naranja; pero no era desagradable. ¡Qué le pasaba a este cretino! Mal. Mal olía él.
Llevaba meses intentando ignorar esta atracción que sentía por él, intentando olvidar ese beso explosivo que habíamos compartido hacía algún tiempo. Algunas veces despertaba con la sensación de que había soñado con sus labios carnosos pegados a los míos y no los de Nico. Pero Bruno era un don nadie, sin conexiones, bastante mayor para estar todavía en la universidad, mujeriego hasta el infinito y antónimo al tipo de hombre que me gustaba. Yo no podía darme el lujo de caer en su juego, ni siquiera por una noche. Nico, Nico era mi seguridad, mi terreno conocido, y a Nico tenía que recuperar.
En la tarde, después de mis clases, regresé al dormitorio, seguramente tenía la contestadora de mi teléfono residencial saturada de mensajes suyos reclamando mi asistencia; para este momento Depuración debía haber hecho efecto.
Pobrecillo, tendré que ir a cuidarlo, pensé. Pero cuando revisé el teléfono no había nada ni en el inbox de mi móvil ni mensajes de texto ni nada.
Me cambié de ropa. Independientemente de que me hubiera llamado o no, saldría a verlo ahora, necesitaba saber que su afecto había vuelto a mí. Me quité la chaqueta y luego el vestido que me había puesto en la mañana, y me detuve frente al armario para buscar los jeans que sabía que tanto le gustaban y mi blusa blanca de botones. Descolgué la ropa al mismo tiempo que sentí una corriente de aire y un portazo contra la pared.
—Por Dios, Marie, ese olor está volviéndome loco.
Me giré y vi cruzar a mi vecino desde la puerta que comunicaba su habitación con la mía, puerta que, debo indicar, siempre había estado cerrada bajo llave desde que me mudé aquí. Bruno corrió las cortinas y abrió la ventana de mi cuarto.
—¡Oye, cómo te atreves a entrar aquí así! —intenté taparme con la blusa—. ¡Fuera! —dije acercándome a él para echarlo de mi habitación a empujones, pero me fue imposible moverlo, estaba muy pesado.
—¿Qué tratas de hacer conmigo? —dijo intimidándome con su cercanía, su torso estaba, otra vez,  todo descubierto—. ¿De dónde sacaste esa fragancia? —se pasó la mano por el cabello enmarañado, como si estuviera desesperado—. Quiero comerte.
Sentí que mi cuerpo se calentó con sus palabras y que en mi estómago se produjo un movimiento que no tenía que ver con las tripas requiriendo alimentos. Sí, era verdad que en la mañana, uno que otro chico me había silbado o echado un piropo, pero de ahí nada más había pasado. Me tuve que decir que no era cierto que éste en particular quisiera comerme, Bruno era un sabueso y lo que estaba pasándole era un efecto secundario de Seducción.
—Pensé que habías dicho que olía mal —me defendí.
—Tan mal que siento náuseas.
—¿Tú sientes náuseas? —me preocupé.
—Tu esencia me tiene el estómago revuelto.
—No puede ser… —me inquieté.
—¿Por qué no?
Negué con la cabeza, mi pH y la fórmula no eran para él, él no tenía por qué sentir estas náuseas.
—Sal de aquí, Bruno —solicité poniéndome la blusa y alcanzando mis pantalones, sin importarme que me viera semidesnuda; al cabo, yo lo había visto semidesnudo muchas veces.
¡Wow…! —exlamó haciendo espacio para mirarme—. Quiero decir, en mi imaginación me había formado una idea de cómo te veías sin ropa, pero la realidad la supera.
—Adiós. ¡Fuera de aquí! —dije empujándolo otra vez hacia la puerta entre las dos habitaciones, por donde había entrado—. Y no se te ocurra utilizar esta puerta nunca más.
—¿Puedo preguntarte adónde vas?
—A ver a mi novio.
—¿Cuál novio? —indagó con suspicacia.
—El mismo que tengo desde hace tres años.
—Ah…, digo, porque escuché que ya no es tu novio.
—¿Qué…? ¿A quién…? ¿Dónde escuchaste eso?
—Aquí y en la facultad.
—¿Aquí?
Nadie me hablaba aquí. ¿Cómo lo sabían?
—Los chismes se multiplican rápido, muñeca.
—Pues todavía es mi novio. Te mintieron —le seguí empujando.
—Cuando quieras tener un novio de verdad, déjame saberlo.
—Pensé que no salías con chicas del dormitorio.
—Soy capaz de cambiarme de residencia.
Lo empujé una vez más hasta que entró a su lado de la habitación.
—Dame la llave.
—¿Cuál llave?
—La de esta puerta.
—Solo abre y cierra desde mi lado. Lo siento.
—Ja, ja, qué gracioso. ¿Cuántas veces has entrado en este cuarto, Pervertido?
—Te juro que nunca habría utilizado mi poder con esta llave si esa fragancia no me hubiera atraído hacia ti —con una mano le cubrí la boca para acallarlo. Esto no podía ser, él no podía oler la Poción de la Seducción. Despacio quitó mi mano y la besó, besó mi muñeca y fue apartando un poco la blusa para continuar por el brazo, acercándome a él hasta llegar a mis labios.
Éste era el beso con que tanto había fantaseado desde que lo conocí, desde hace dos meses. No fue como la primera vez, explosivo y demandante, sino tierno, cariñoso, en el que me dejé llevar hasta que una parte de mi abdomen semidesnudo rozó con su abdomen definitivamente desnudo y me separé de él. Estaba intentando reconquistar a mi novio, no podía dedicarme a tontear con este individuo, pero sí podía hacer algo que me debía. Lo miré a los ojos como si se tratara de una fantasía y metí la mano dentro del bolsillo de su pantalón, donde hacía un momento había sentido la llave, lo empujé más adentro, halé la puerta y cerré.
Marie… —su tono era de amenaza pero a mí no me intimidaba.
—¿Qué? —repliqué desde el otro lado.
—Devuelve esa llave.
—Cuando me mude de este dormitorio.
Marie…
—Ahora seré yo quien entrará a tu habitación cuando quiera.
—Bueno, si es así…
—No te soporto, Bruno.
—Ya me lo has dicho antes pero no es lo que parece.
—Déjame en paz —dije golpeando ligeramente la puerta con la yema de los dedos.
—Deja de ponerte esa loción. Sigue volviéndome loco.
—No me he puesto ninguna loción.
—Vas a matarme.
Miré la cerradura dudando entre abrir o no, entre devolverle esta llave rara, antigua, como esas que abren cofres, y continuar el beso; pero mi sentido era extraordinario. Tenía que ir a ver qué había pasado con Nico.
Marie…
Terminé de abotonar la blusa y el pantalón.
—Sabes que igual puedo esperarte por la otra puerta, ¿verdad?
Sonreí sintiendo nuevamente ese calor que quemaba en mi estómago y que invitaba a quedarme, a abrir esta puerta que nos separaba y entregarme a los poderes seductores de este Sabueso; sin embargo tomé su chaqueta y mi bolso y salí. Nada de esto estaba sucediendo por fuerza natural. Todo era producto de la esencia que me había puesto, que por un loco motivo estaba influenciándome a mí también.


Cuatro

 Maldita Giovanna.
Ahora era ella quien se servía del vehículo de mi novio mientras yo, yo, estaba desdeñada al transporte público. ¡Al transporte público!
Desde la ventana del bus observé la calle, eran las cinco de la tarde-noche y el boulevard ya estaba concurrido. Hace un mes…, no, hace un mes las cosas ya se habían puesto raras entre Nico y yo; hace seis…, tampoco; hace un año y unos meses, cuando todavía tenía una relación medianamente normal, cuando apenas había venido para iniciar la universidad, en un momento como éste, habría estado zarpando con él, en el yate familiar, a algún puerto cercano, o andando de su mano por este mismo paseo que ahora admiraba desde la ventana de un miserable bus. Extrañaba tanto esa vida, nuestras costumbres, la seguridad de todo lo conocido. Extrañaba salir de esa joyería vistiendo una nueva gargantilla y a él en mi mano. Extrañaba… Miré por segunda vez el boulevard, y la joyería en especial. ¿Qué era lo que estaba viendo?
Me levanté del asiento y presioné el botón de parada varias veces.
—Señorita —me dijo la chofer, una mujer robusta con cara de enfado—, ya entendimos que quiere bajar, pero debe esperar la estación.
Presioné nuevamente.
—Jovencita, espere su momento. No hacemos paradas especiales.
Continué tocando el botón hasta que comprendió la urgencia del caso y se detuvo antes de la estación.
Desesperada, bajé del vehículo y les seguí hasta que los alcancé; él estaba ahora detenido en la fila de una heladería y ella colgaba de su brazo. Nico y Giovanna. Tuve tiempo de observar que él lucía perfecto, en una pieza, sin síntomas de haber pasado el día indispuesto, nada de acuerdo a lo descrito por la br… mujer.
—¡Hey! —le toqué el hombro bruscamente hasta hacerlo girar.
—Marie, ¿qué rayos…?
—Veo que estás entero —le reclamé como si él entendiera de qué hablaba.
—Marie… —escuché esa vocecita de fingida inocencia que me hacía enfadar más—, creo que debes superar que Nico está ahora conmigo y que nos queremos.
—Que, ¿qué…? ¿Que se qué…? No me digas, mojigata. Amiga falsa.
—¡Basta, Marie! —dijo él.
—No, déjala, Nico —solicitó ella en su plan de víctima—. Sus palabras no me provocan. Entiendo que esté dolida y que sus ofensas sean su manera de compensar que te ha perdido.
¡Agh…!
—Él y yo no nos hemos perdido, tú más que nadie sabes que siempre nos reencontramos.
—Es suficiente, Marie —dijo él pero no le puse atención.
—Como esta mañana, por ejemplo. ¿Ya le dijiste de nuestro encuentro, mi amor?
—¿Qué estás haciendo?
—Le digo, a mi amiga, lo compensada que me sentí esta mañana cuando estuvimos juntos y me besaste y me dijiste lo atractiva que me veía y me...
—¡Suficiente!
—¿De qué habla, Nico? —preguntó ella, las lágrimas acumulándose todas delante de sus ojos.
—Nico y yo estuvimos juntos —le expliqué. Lo mejor para preservar nuestra amistad era la sinceridad.
—¿Es eso cierto? —le preguntó soltándose de él. Para este tiempo habían perdido su puesto en la fila de la heladería.
—Giovs, no la escuches.
—Tú misma sabes que ésta no es nuestra primera pelea ni la última ruptura. Solo la pasa contigo. ¿Es que todavía no te das cuenta de mi poder sobre él?
—Quieres callarte —me exigió él y por un segundo le obedecí—. Giovanna, eso no es así… ¡Giovanna…! ¡Giovanna…!
Giovanna se marchó corriendo, hecha un mar de lágrimas.
—Te pasaste de la raya, Marie. No quiero volver a verte —me reclamó y se fue tras ella—. ¡Giovanna…!
Reí un poco, contenta de lo que había logrado con mis intrigas. Aparentemente yo era más poderosa que un licuado de Psiquis, Seducción y Depuración juntas. Miré a mi alrededor por encima del hombro, restando importancia a los curiosos que todavía me miraban, hasta que entre estos detecté esa mirada felina que tanto me intimidaba y que ahora lamentaba que hubiera sido testigo de mi espectáculo. ¿Qué hacía Bruno aquí en este preciso momento?
Apretando los puños a mis costados, rechinando los dientes, me di la vuelta y tomé el transporte público otra vez. Desde la ventana vi cómo todavía miraba en mi dirección y se reía. La bruja, la bruja iba a responderme por esta anomalía, este error que todavía no subsanaba. En realidad estaba intentando engañarme a mí misma, actuar como si lo que pasaba no me importaba, pero todo era bochornoso, más con todos los espectadores, éste en especial.
—Supongo que ahora que las cosas salieron mal no estará vigilándome desde ese software sofisticado que tiene —le reclamé.
—No sé de qué me hablas, querida —respondió medio nerviosa, disimulando estar entretenida con documentos y carpetas que yacían sobre su escritorio—; he estado ocupadísima, preparándome para la próxima Convención Anual de Brujas y Hechiceros de la Magia Blanca. Pero, dime —ahora sí se dignaba a mirarme—, ¿cómo ha estado todo? ¿Funcionó nuestro tratamiento?
—Nuestro tratamiento. ¡¿Nuestro tratamiento?! Su tratamiento es que esa mujercita sigue con mi novio, y ni un leve dolor de cabeza se le presentó a él.
—Creo que te hablé de la compatibilidad, de lo difícil de tu caso y de que bajo estrés mis tratamientos no funcionan, querida. Estás muy ansiosa.
—¿Ansiosa? ¿Bajo estrés? ¿Le parece que estoy estresada?
—Bastante, querida.
—Usted es una impostora, la peor de las charlatanas. Resuelva mi problema.
No soy una charlatana, menos una impostora —dijo en un tono elevado, tan enojada que retrocedí atemorizada. Debí pedirle a Bruno, ya que estaba ahí disponible, burlándose de mí, que me acompañara a este lugar… No, Bruno no. Bruno no podía saber de esto—. No tengo responsabilidad de que no sepas seducir ni mantener a un hombre en tu cama.
—Basta de eso —repuse, también enojada, golpeando el mármol con el puño—. Puse en sus manos todos mis ahorros —argumenté masajeándome los nudillos, mi gran idea del puño en el mármol me había dejado doliendo la mano—. No tendré con qué pagar la universidad el próximo mes si no regreso con Nico.
—Mira, Marie, te lo digo de la mejor manera, todavía tienes esta semana para que el tratamiento funcione. Sé paciente y estate alerta a lo que el universo ponga a tu disposición.
Que el universo, ¿qué?
—Paciencia es de lo que carezco.
—Aprenderás a obtenerla de donde la necesites… Ahora, querida, tengo cosas que hacer.
—Me echa.
—Tengo un itinerario ajustado por delante y tu visita no estaba en la agenda.
—Ésta es la peor idea de toda mi vida —dije gruñendo—. Debí decirle que estaba embarazada y obligarlo a casarse conmigo.
Ése habría sido un plan bien pensado y astuto —dijo tan cínica, dándome un guiño antes de señalarme nuevamente la salida.
Con lágrimas en mis ojos, erré por el camino. Lo había perdido, había perdido a Nico, y ahora tenía que arreglármelas sola. Si había venido a este lugar había sido siguiéndolo a él; ¿cómo iba a sobrevivir en este sitio sin su ayuda? ¿Qué sería de mí de este momento en adelante?
Saqué mi teléfono móvil del bolso, inhalé profundamente, además de aire, el resto del orgullo que me quedaba y le marqué; él era mi única esperanza y esperaba que tuviera piedad de mí.
—Hola.
—Hermanito, cuánto tiempo… —dije con mi voz más falsa.
—¿Marie?
—Obvio, ¿acaso tienes otra hermana?
—¿Qué quieres, Marie? —repuso cortante.
—Ay, mira cómo me tratas. ¿Cuándo podemos vernos?
—No me llamas porque quieres verme, ¿qué necesitas?
—Cómo eres. Bueno, mira, si estás tan dispuesto a ayudarme, te lo diré.
—No estoy dispuesto, en realidad.
—Tonto… Escucha, necesito dinero, no tengo cómo pagar la universidad y sé que está yéndote muy bien en esta temporada. Felicidades, por cierto. Será una pequeña cantidad que no creo tengas inconveniente en erogar tratándose de tu única hermana.
—Mi única hermana podría buscarse un trabajo con el que salir del aprieto, ¿no crees?
—Ay, trabajar, qué cosas dices.
—Trabajar, sí. Venimos de una familia trabajadora, Em… Marie —se corrigió.
Hacía tiempo que no escuchaba el apelativo que me decían en casa y los amigos más cercanos. Em es la fonética de la traducción de la letra “M”, la inicial de mi nombre, del inglés al español.
—No sé qué ejemplo seguiste.
—Ya sabes que no nací para trabajar. Nací para que me sirvan, Rossy. Vamos, ayúdame.
—No sé en qué casa te criaste; en la que yo crecí nadie nos servía. Nuestros padres se esforzaron bastante para sacarnos adelante.
—Por eso, tontito, no quiero volver a esa vida de privaciones. Vamos, ayúdame.
—Sé sensata, ¿de verdad crees que después de habernos hecho un infierno la vida, a Sam y a mí, voy a ayudarte?
—¡Sammy! Yo adoro a Sammy, Rossy, lo sabes. ¿Cómo están ella y el bebé?
—Sam y la bebé, que nunca viniste a conocer, están bien.
—¿Cuándo puedo ir? Siempre he querido conocerla —agradecí que no pudiera ver cómo le daba la vuelta a mis ojos.
—No funciona así la vida, Marie.
—Ross, Rossy, estoy pidiéndote un auxilio desesperado. Me siento ofendida de lo que me acusas, pero estoy dispuesta a olvidarme de la injuria con tal de que me socorras en este horrible momento.
—¿Por qué no pides ayuda a nuestros padres?
—Nuestros padres no querrán ayudarme y lo sabes.
—Entonces ya se hartó de ti.
Finalmente me lo echó en cara.
—Te enemistaste con toda la familia cuando te viniste a vivir con él, para que terminaras así. Todos te lo dijimos, Marie.
—Él era tu mejor amigo, ¿recuerdas?
—Sí, recuerdo que te sedujo, te llenó la cabeza de tonterías y también te fue infiel.
¿Por qué Ross tenía que recordarme las infidelidades de Nico? Era algo que quería olvidar para siempre. Tragué seco y defendí mi causa.
—¿Tonterías como que iba a casarse conmigo y resolverme la vida? ¿Tonterías como que no tendría que depender de nuestros padres? ¿Tonterías como que ha estado pagando mi educación? Bueno, si a cambio de eso tenía que soportar dos tontas infidelidades —tres, en realidad, si incluía a Giovanna—, pues no me importa. Ayúdame, Ross.
—No sé qué valores tienes, pero lo que dices confirma que ya no está contigo.
—Es momentáneo —intenté sonar convincente—. Ya estoy trabajando en recuperarlo.
—Entonces, ¿de qué te preocupas? Dentro de unas horas todo volverá a la normalidad, ¿por qué acudes a mí con esta premura?
—Porque eres mi hermano y pensé que podías ayudarme.
—Mejor háblame cuando sea la boda… Digo, si ya estás trabajando en reconquistarlo, y siendo tu único hermano, imagino que recibiré una invitación.
Sentí que las lágrimas se me acumulaban en los ojos y que se me estrangulaba la garganta.
—No te llamé para que me reproches nuevamente mi decisión de vivir libremente con Nico. Si no fuera porque esa… —tonta Giovanna se le metió por los ojos—. Todavía no habrá boda —repuse enfadada—. ¿Me ayudarás?
—De verdad, Marie, has lo que todo el mundo hace: búscate un empleo.
—Ross… Ross…
Me fui al piso y rompí a llorar. Ésta era mi historia: en la mitad de mis dieciséis me enamoré mezquinamente del mejor amigo de mi hermano. Nico, atractivo, rico y cuatro años mayor que yo, vivía y estudiaba en Enchanted Hollow cuando me le fui por los ojos para robárselo a Giovannita, quien me había dejado saber que suspiraba por él desde mucho antes. Nico se rindió ante mis encantos y nos enamoramos. Tuvimos uno de esos romances que oscilaban entre rupturas y reconciliaciones porque siempre estuvo muy comprometido conmigo, aunque sí hubiera algunas infidelidades de su lado, de ésas que mencionaba Ross, lo que hacía, en conjunto, con la diferencia de edad conmigo, que mis padres lo rechazaran. Cuando terminé la escuela, obvio, quise venir a Enchanted Hollow con él, Giovanna ya tenía el ingreso seguro a la universidad pero yo no por problemas económicos, mas eso no importaba porque Nico se había ofrecido a pagar mis estudios. No obstante, como ya lo había supuesto, mis padres se opusieron con objeciones como, ¿a cuenta de qué mi novio pagaba mis estudios?, ¿desde cuándo el mundo funcionaba así?, y, ¿qué pasaría si rompíamos? Me recomendaron lo mejor para mi caso: que optara por una beca, pero a mí las becas me producían urticaria, y, sin que me importara nadie más que Nico, les desobedecí, no acepté ninguna ayuda de ellos y recibí toda la de mi novio. El único que había aceptado medianamente mi locura fue Ross, pero para ese tiempo yo estaba tan obsesionada con el dinero y los lujos que me proporcionaba Nico que deseé lo mismo para mi hermano, aunque a él ya había empezado a irle bien deportivamente. Cuando supe que Penélope Roberts, una chica adinerada de mi clase del último año de escuela, con excelentes conexiones, estaba interesada en él, no me importó que Sam fuera mi mejor amiga, y que siempre hubiera estado enamorada de mi hermano, para ayudar a Penélope a que con sus artes lo sedujera. Como era de esperarse, ninguno de los dos pudo perdonármelo.
Volví a casa pensando en que todavía restaban seis días para completar la semana, que al menos había conseguido sembrar la duda en Giovanna y que pronto tendría noticias de una ruptura y a Nico de regreso conmigo. Tal vez no todo estaba perdido para mí. Sonreí, la bruja tenía razón, solo necesitaba tener paciencia.


Cinco

 26 de octubre
(Madrugada del sábado)

¿Qué era ese ruido?
Entre brujas y ensoñaciones, escuché risas y palabras ininteligibles. Estos chicos eran incansables. Los viernes en la noche siempre eran muy movidos en el dormitorio, como una fiesta a la que nunca sería invitada. Según supe, hace algunos años, esta casa había sido un Bed and Breakfast; el nuevo dueño reconoció el potencial de Enchanted Hollow como ciudad universitaria y definió reconvertirla en un dormitorio moderno, con cocina y lavandería integrada, pero, más importante, un salón de baile en común con uno de juegos. Más temprano me encontré con esta alegría incompatible con mi estado de ánimo, resoplé al ver a cada uno de mis vecinos festejando, él incluido, por supuesto, y subí a mi habitación.
Me tapé los oídos con la almohada e intenté continuar el sueño; no creí que me despertara tan fácilmente habiendo tomado un ansiolítico. Miré la hora en mi teléfono, la una y media de la madrugada, pasar esta pesada noche no iba a estar sencillo. Las voces y risas continuaron. Me levanté de la cama, necesitaba pedirle a estas personas, y ya sospechaba a quiénes me enfrentaría, que yo debía descansar; pero al abrir la puerta no vi a nadie en el corredor. Me dije que había estado soñando, que los murmullos venían de mi cabeza, y me metí nuevamente en la cama; en dos minutos no se escuchó nada, y creí que lo había conseguido, pero las risas interrumpieron mi sueño otra vez. Me levanté nuevamente, esta vez acomodando el oído en la puerta entre las dos habitaciones, estaba claro que mi cuarto y el de mi vecino había sido antes una sola alcoba y, más importante, que las voces venían de allí.
Ya sé que no tenía necesidad de salir al corredor para dejarle saber a Bruno cuánto me molestaba el juego de risas que tenía con su amiguita, que bastaba con que tocara la puerta que comunicaba ambas habitaciones, pero prefería dejar establecido que ésta no debía ser abierta nunca más, y que si él y yo necesitábamos comunicarnos, debía ser por la vía de acceso formal. Toqué con fuerza.
—¡Hey…! —dijo animado, se notaba que había estado bebiendo—. Noticia para ti —añadió tocándome la punta de la nariz—: ya no siento ese olor empalagoso que me hacía tener náuseas.
—Puedes hacer silencio —le reclamé con amargura, apartando su dedo de mi cara—. No me dejas dormir.
—Mi amor… —una chica semidesnuda, que ciertamente no vivía en el dormitorio, salió de la habitación y se colgó de su cuello—, ¿qué haces?
Él se giró un poco y la besó mirándome de soslayo.
—¿Quién es? —le preguntó.                                                                              
—Mi vecina… Eh, espera un momento, botoncito —hizo a un lado a la chica y se cruzó de brazos—, ¿me decías…?
—No me dejas dormir.
—Te estamos molestando.
—Muchísimo.
—Ven, mi amor —la chica deshizo el cruce de brazos y le tomó la mano con intención de halarlo adentro del cuarto—. Dile que haremos menos ruido, pero ven, ¿sí?
—¿Por qué, mejor, no vienes a divertirte con nosotros? —propuso él deshaciéndose de su amiga y dándome un guiño.
—Espera un momento —le dije sonriendo y entré a mi habitación, recuperé su chaqueta y regresé al pasillo—: Toma, grandísimo psicópata —se la tiré encima—, aunque veo que no te hizo falta —le di la espalda y regresé a mi habitación, hecha una fiera, tirando la puerta detrás de mí. Me senté en la cama y empecé a llorar otra vez. Nunca antes había tenido tantas humillaciones ni había llorado tanto en un mismo día.
—Marie… —lo escuché llamarme y tocar con fuerza mi puerta—. Marie…
—Ya déjala, ven, no quiere unirse a nosotros —le escuché decir a la chica. Lloré más fuerte.
—Marie, abre. Abre, por favor.
—Ven, mi amor.
—Será mejor que te marches.
—¿Qué?
¿Qué?
—Nos vemos otro día —le escuché decir.
—Otro día no existe, Bruno.
—Lárgate, Betty.
—Te gusta esa chica, ¿no?
—Betty, ¡largo!
—Bien, me largo, pero no habrá otra oportunidad.
—Perfecto, no la habrá.
No escuché nada durante unos segundos y pensé que había reflexionado en lo que acababa de hacer y salido a recuperar a esa chica; en el último de los casos, que se había guardado en su alcoba y me dejaría dormir, pero no.
—¡Maldita sea! —dijo nuevamente—. ¿Por qué me quitaste la llave? Abre, Marie.
Desde mi cama vi cómo el pomo se movió de un lado al otro sin éxito de desbloquear la puerta.
¿Por qué se preocupaba tanto?
—¡Marie! —llamó y golpeó tan agitado que me hizo sentir compasión.
Me levanté de la cama y me dirigí al obstáculo que nos separaba, dudando todavía en acercarme a él.
—Sé sincero —todavía no abrí del todo mi puerta; él relajó el puño con el que la tocaba sobre la madera—, ¿alguna vez has entrado aquí sin mi autorización?
—Nunca.
Su voz sonó estrangulada y su expresión era casi de angustia. Abrí completamente y regresé a la esquina de mi cama; él me siguió, cerrando la puerta lentamente. Todavía no vestía camiseta y traía en la mano la chaqueta que antes le había arrojado encima.
—¿Por qué despediste a tu chica? No era necesario.
—¿Ah, no? —se sentó frente a mí, me tomó la mano y empezó a dibujar círculos en el dorso.
—No.
—El ataque de no sé qué que te dio no fue indicativo de que te molestó que ella estuviera conmigo.
Me molestó que no me dejaran dormir. No seas presumido.
—Y por presumido me echaste esta chaqueta de la forma en que lo hiciste —dijo estirándose un poco hasta colocarla sobre el espaldar de la silla, junto al escritorio, sin perder el contacto con mi mano.
—Me la pediste en la mañana, solo estaba regresándola —dije orgullosa.
—Ya no la quieres.
—Es tuya y yo tengo muchas —que probablemente tendría que vender para continuar en este dormitorio y en esta ciudad.
—Cuéntame lo que te tiene así. Quiero ayudarte.
—Está hablándome el psicólogo otra vez —argumenté inquieta, preocupada por la electricidad que sentí pasar entre sus dedos y los míos y lo que su voz amigable producía en mi corazón.
—No, el amigo.
—¿Tú y yo somos amigos?
—Un poco, creo —nuestros dedos seguían jugando.
—¿Qué resta del poco?
—No lo sé. Dependerá.
—¿De qué?
Lo vi bajar la mirada y negar con la cabeza.
—Pues no necesito tu ayuda.
—Seguramente —repuso sin dar relevancia a mi necedad—. ¿Resolviste tus asuntos?
¿Mis asuntos?
—¿Cuáles?
—Ya lo sabes, esos por los que huiste de mí esta tarde.
—Sabes bien que no —respondí avergonzada de que me hubiera visto hacer el ridículo en pleno boulevard.
—Pero esperas volver con ese tipo a pesar de todo lo que vi hoy.
—Ha sido mi novio desde los dieciséis. No romperemos tan fácilmente.
—¿Lo sabe él?
Lo miré enfadada. Odiaba que pudiera leer mi caso tan fácilmente.
—Es el único que me da seguridad —retiré mi mano.
—La seguridad es relativa, pues, ya ves —se pasó la mano que le había soltado por el pelo—, ¿qué tan segura te sentiste hoy cuando lo viste con tu amiga?
Me hubiera gustado fulminarlo con la mirada.
—Él y yo estamos en un descanso, no en una separación —dije intentando sonar segura de que sabía lo que tenía—. Solo dejo que ella se distraiga un poco con mis sobras. Siempre fue así, ¿sabes?, los chicos se fijaban en mí y ella en ellos.
—Entonces, tuviste muchos novios y luego éste.
Solo he tenido un novio desde los dieciséis, pero eso no indica que no hubiera tenido otros admiradores.
—Admiradores de los que tu amiga se enamoraba, claro.
—Siempre —dije orgullosa y él se rió de mí.
—Te dejaré dormir —se levantó de la cama, todavía divertido.
—¿Te vas?
—Será mejor. Te ves cansada.
—No estoy cansada…
—Pero necesitas estar sola. Hoy has pasado por mucho.
—Al contrario, no quiero estar sola. Me vendría bien un poco de compañía… —argüí—, digo, si no te molesta.
Vi cómo sus pupilas se dilataron en atención a lo que le había planteado y asintió lentamente, dispuesto a hacerme compañía.
—No del tipo de acompañamiento al que estás acostumbrado…, como si fuéramos a…
—No, claro que no —respondió tragando.
—Sabré entender si no quieres quedarte. Sé que el…, bueno, eso, es indispensable para ti y conmigo no lo obtendrás.
—Vivimos en el mismo dormitorio —repuso pasándose la mano por el pelo— y ya conoces mi regla. Sería horrible, viviendo bajo el mismo techo, que empezáramos a salir y luego tuviéramos que romper.
—Tú y yo nunca romperemos.
—¿Ah, no?
Me pareció verlo sonreír un poco.
—Para romper hay que tener una relación y tú y yo nunca tendremos una.
Lo vi asentir lentamente a mis palabras aunque su mirada no fuera de asentimiento.
—Yo tengo novio —continué argumentando como si no hubiera sido suficiente lo que ya había expresado—, tú no tienes conexiones y eres incapaz de mantener una relación monógama.
Todavía no dijo nada, pareció cuestionarse, pensar más de la cuenta algo, hasta que por fin lo soltó.
—No creo que este experimento sea buena idea.
—¿Por qué no?
—Por todos los ineludibles argumentos.
—Claro… —bajé la mirada sintiendo que las lágrimas se acumulaban en mis ojos y empecé a llorar. Otra vez.
—¿Qué tienes? —preguntó alarmado, incorporándose nuevamente en la cama, esta vez a mi lado—. ¿Por qué lloras? —dijo acunándome entre sus brazos.
—Todo el mundo me rechaza —le abracé también—, Nico, mi hermano,
—No estoy rechazándote, pero tú lo complicas todo; me alejas, me quieres aquí contigo y pones distancia entre los dos otra vez.
—Tampoco estoy rechazándote —dije todavía llorando.
—¿Ah, no? —su rostro estaba tan cerca del mío que vi sus intenciones.
—Ni se te ocurra —lo amenacé mientras me limpiaba las lágrimas.
—¿Qué? ¿Por qué no?
—No entiendo cómo lo haces, Bruno. Me besaste esta tarde, bueno, la tarde de ayer —ya no era viernes, pasaban la una de la madrugada del sábado—, y unas horas luego, estás con una mujer semidesnuda en tu habitación. No, no me beses.
Él asintió.
—Perdóname.
—Tampoco me pidas perdón, tú y yo no estamos en una relación.
Apretó los ojos y asintió despacio.
—Eso creo que ya quedó claro —dijo soltándome y poniendo distancia entre ambos.
—Quieres irte.
—Me envías mensajes mixtos, realmente no sé qué hacer.
—No son mensajes mixtos.
—Quieres que me quede, pero no quieres que te bese; actúas como si estuvieras celosa, pero si intento acercarme un poco más a ti, eres dura y me dices que no estamos en una relación; lo cual sé, Marie, no necesitas advertírmelo.
Atendí a cada una de sus palabras, pensando en lo lógico de sus motivos y la distancia que ponía entre nosotros.
—Como ves, son mensajes mixtos.
—No estamos en una relación —defendí mi punto, sin embargo—, ésa es una verdad universalmente reconocida. Solo he sido sincera. Lo siento.
—Sincera al punto de herir.
—¿Estoy hiriéndote?
—No profundamente.
Bruno no sabía lo mucho que me costaba mantener esta distancia, impalpable en este momento, entre él y yo. Es verdad, yo había besado más de una vez a Nico en la mañana de ayer y más tarde me había dejado besar por él, por Bruno, lo que me convertía en una grandísima hipócrita; pero, en mi defensa, si es que mi punto era defendible, Nico, además de Bruno, había sido el único chico al que había besado en toda mi vida. Bruno no podía decir lo mismo; él besaba a cualquier chica que se lo permitiera y yo se lo había permitido en dos oportunidades. Pero si este chico medio ofendido que tenía enfrente hubiera imaginado lo mucho que estaba poniendo de mi parte para no pegarme a esos labios suyos que me atraían tanto, me habría dado un poco más de crédito.
—Ven, acomódate —dijo, sin embargo, cuando pensé que se marchaba de mi habitación—. Creo que es cierto, me necesitas esta noche.
Me eché sobre su pecho y él jugó con mi cabello y limpió mis lágrimas.
—Tengo una pregunta.
—¿Cuál? —levanté un poco el rostro para mirarlo, él no estaba totalmente acostado sino medio inclinado sobre el espaldar de la cama.
—Si no hubiera besado a otra chica, ¿habrías permitido que te besara ahora?
—¿Cuándo has solicitado permiso para besarme?
—Buen punto.
Me miró con ojos ambiciosos y fue descendiendo lentamente hacia mi boca.
—Que no —mi mano y una corta distancia quedaron entre sus labios y los míos. Él me miró extrañado nuevamente hasta que repuse—: Pero no dejes de intentarlo.
—Eres un enigma, Marie —repuso acariciándome el cabello. En otra oportunidad, hubiera creído que éste era el momento de responder su cumplido pegándome a sus labios, pero debía mantener mi posición y no lo hice.
—Mejor explícame en qué consiste ese deporte.
—¿Qué deporte?
—Besar a cualquier desconocida.
—Tú no eres una desconocida.
—Casi lo soy.
—Tengo conociéndote desde… ¿cuatro, cinco meses?
Seis, pero quién estaba contando.
—No es como si fuésemos grandes amigos o conociéramos nuestros secretos.
—Básicamente no tengo secretos y tú eres bastante plana, la verdad.
—¿Plana? —me toqué el busto y él rió.
—No plana de ese modo, de hecho, en ese contexto estás muy bien.
Sentí que ruboricé.
—Pero acabas de decirme que soy un enigma.
—En algunos aspectos lo eres, pero en otros eres bastante básica, la verdad: vas en el segundo año de la universidad, no parece que te gusten las fiestas universitarias pero sí esas señoriales galas a las que te lleva ese novio que tienes, eres algo caprichosa, y tu existencia gira alrededor de una persona, y esa persona, Marie, admitámoslo, es bastante aburrida.
¿Algo caprichosa? Muy caprichosa, frívola y vanidosa eran mis características más significativas.
—Mi vida no gira en torno a Nico… —me defendí solo por llevarle la contraria, pero sabía que me había descrito bastante bien.
—Sí, sí…
—Y no soy nada plana ni aburrida —dije levantándome un poco para pegarme a esa boca suya que besaba tan bien y que hacía unos minutos otra había besado. Procuré evadir ese pensamiento mientras él me sujetaba por la espalda y continuaba mi beso como si se tratara del último de nuestra existencia.
—Definitivamente eres un enigma, Marie Miller—replicó cuando me separé de él—. Comprobado —señaló con uno más.
—De eso no se trata esta reunión.
—Yo solo estaba aquí, conversando acerca de los besos a los desconocidos, cuando fui atacado.
—No pareció que te resistieras.
—Eso nunca —dijo acercándose nuevamente a mis labios.
—No te besaré otra vez —le advertí antes de que se atreviera, aunque lamenté que me hubiera respetado.
—De verdad, ¿nunca besaste a un desconocido como yo?
—Solo he besado a Nico y…
—¿Y? —sus ojos se tornaron curiosos—. A esos admiradores despreciados, seguramente.
—No…
—¿A quién, entonces?
 —A ti, grandísimo idiota.
Lo vi sentirse orgulloso. Puse una almohada sobre mi rostro caliente.
—Yo, sin embargo, solo a desconocidas y…
—¿Y…? —me quité la almohada de la cara y le miré de soslayo.
—A ti.
—No intentes hacerme sentir mejor, Bruno.
—Te digo la verdad y te prometo algo más: de este dormitorio, no he besado ni me he acostado con nadie, excepto contigo.
—Tú y yo no nos hemos acostado.
—¿Y qué es lo que estamos haciendo ahora?
—Esto es muy distinto a lo que para ti significa acostarse.
—Sé que te he demostrado otra cosa, pero no soy el promiscuo que crees.
—¿Ah, no?
—No.
—¿Qué son todas esas chicas que te rodean?
—Solo eso, chicas que me rodean porque…
—¿Qué edad tienes, Bruno? —le interrumpí, preferí no ahondar en esos detalles de chicas a su alrededor; la idea empezaba a molestarme en el estómago y en el pecho se me había instalado una rara sensación—. Pareces mayor para estar en la universidad.
—Tengo veintiséis.
—¡Wow…! Sabía que no tenías veintidós, pero, ¿veintiséis?
—¿No los aparento?
—No —reí un poco.
—¿Qué edad tienes tú?, digo, si se puede saber. Sé muy bien que a las señoritas no se les debería cuestionar esos dígitos tan enigmáticos de la edad.
—Qué discurso tan elaborado para sonsacarme dos números. Cumplí diecinueve en agosto. Me toca a mí: ¿por qué a los veintiséis estás en la universidad?
—Porque cuando me gradué de la secundaria quería un año sabático, viajar, experimentar cosas nuevas y me fui a Europa de mochilero, donde trabajé en bares y restaurantes. Fue el mejor año de mi vida, conocí mucha gente y lugares increíbles. Luego, en Italia, empecé a estudiar Gerencia (aunque no terminé) y trabajé en la empresa de mi tío. Ahora seré psicólogo.
—Qué reservados tienes tus secretos y me tratas a mí de enigmática.
Él rió cómodamente.
—Ocultos me gusta mantenerlos.
—No, no, ya que te abriste como un libro, cuéntame, ¿cuántos corazones rompiste en el viejo continente? ¿Cuántos hijos dejaste por ahí?
—No rompí corazones y ningún hijo.
Asentí sin creerle.
—Las italianas son bastante tradicionales, las inglesas, sin embargo…
—Lo sabía.
—Solo una chica inglesa.
—La que te destruyó, ¿no es así?
—Tal vez.
—Sabía que esa actitud de No Me Importa Nada-Hago Lo Que Quiero tenía un origen.
—Has estado estudiándome…
—…No.
Él rió.
—Dime, ahora que sabes que tengo mi punto aburrido, ¿te sientes mejor?
—Un poco, pero no por eso.
—¿Por qué, entonces?
—Contigo me siento bien —repliqué intentando suprimir un bostezo.
—Es el único cumplido que me has hecho desde que te conozco, aunque lo hubieras dicho bostezando. Te dejaré dormir —me besó en la sien e intentó salir de la cama.
—Otra vez quieres irte —dije decepcionada.
—En realidad no quiero, pero no sé qué quieres tú.
—Te lo dije, quiero compañía, que te quedes conmigo. No soy tan enigmática. Plana creo que es la palabra justa que me describe.
—Nada plana.
Bruno se acomodó nuevamente a mi lado, pasando su brazo detrás de mi cabeza, y yo me acomodé sobre ese abdomen suyo que tanto me gustaba, y cerré los ojos. En algo sí tenía razón, me sentía muy cansada.
—Aquí me quedaré, aunque sea una dulce tortura. 

 
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