miércoles, 16 de diciembre de 2020

Baile de verano - Parte 1

Si sigue habiendo afecto en los dos, no tardarán en entenderse nuestros corazones.

Persuasión.


Anne trataba de, cuanto menos, sonreír a los invitados del baile que ofrecía su familia, pero su corazón estaba precipitado, demasiado agitado para concentrarse en las conversaciones de quienes la rodeaban; si no hubiera estado obligada a los códigos de su sociedad, ahora estaría en el teatro, justo el plan que había propuesto Charles Musgrove, su cuñado, antes de que se le recordara su deber con este baile; él ya había comprado un palco del que tuvo que prescindir para complacer a su esposa y a su madre en atención a la invitación de su padre y hermana mayor.

La carta, esa carta que el capitán Wentworth había colocado en sus manos, la había estremecido, removido todos sus sentimientos y, de alguna forma, aclarado las dudas reservadas en su corazón desde hacía ocho años.

Una palabra, una mirada me bastarán para comprender si debo ir a casa de su padre esta noche o nunca.

La había leído tantas veces que si cerraba los ojos podía ver cada línea escrita en su fina letra.

En la mañana, como lo había prometido el día anterior, luego de la intensa lluvia, Anne se dirigió a El ciervo blanco, la posada donde se hospedaba el grupo de los Musgrove. Se sintió ligeramente alterada al comprobar que el capitán Wentworth ya estaba presente en los dominios de sus amigos, tan enigmático y atractivo que sentía que su corazón sufría con cada encuentro. También se sintió momentáneamente desubicada, ni  su hermana ni Henrietta estaban para atenderla y por unos segundos dudó en regresar a Camden-Place o quedarse, pero con la ayuda de las señoras Croft y Musgrove, a las que se les encargó no dejarla ir, Anne se superó a sí  misma y permaneció en los aposentos, donde, a pesar de él y sus aires de importante, se sentía querida.

—Me contenta saludarla nuevamente, Anne.

Una voz masculina, que interrumpió sus recuerdos, le hizo volver a la realidad.

—Capitán Harville…

Justo el capitán Harville había sido quien, en la mañana, le daba compañía cuando, en un descuido, aquella inesperada carta fue depositada en sus manos.

—Es una bonita noche, ¿no cree usted?

Así deseaba que lo fuera, una bonita noche, una inolvidable, pero pensaba que sus inseguridades podían más que sus ilusiones y esperanzas.

—Seguro que sí —debió responder solo por compromiso.

—Hemos tenido una conversación interesante esta mañana, ¿no cree usted? —Comentó ofreciéndole el brazo para que le acompañara a dar un paseo por el salón.

—Muy controvertida.

—Pero me temo que no hemos llegado a una conclusión.

—Es inevitable, cada uno está muy predispuesto en favorecer a su propio sexo.

—Es probable, sobre todo porque usted está siendo muy injusta con el nuestro.

En este momento Anne quería defenderse, pero solo pudo suspirar cuando a su mente regresaron los últimos recuerdos de la mañana en El Ciervo Blanco.

—Algo me dice que al menos la he hecho dudar —le dijo el capitán, como si hubiera estado leyendo sus pensamientos. Anne le respondió con una sonrisa, tratando de disimular el rubor antes de detenerse en un punto del salón, donde la esperaban sus amigas.

—Capitán Harville, permítame que le presente a mis amigas: Elinor y Marianne Dashwood.

La última vez que Anne, Elinor y Marianne se encontraron había sido de forma fortuita, el pasado baile de invierno, en Highbury.  Anne había asistido en compañía de Lady Russell, por invitación de Emma, los Woodhouse eran buenos amigos de la familia Elliot, y las Dashwood iban de paso a Londres para pasar una temporada con la señora Jennings; sin embargo, la correspondencia entre todas, incluso con otro grupo de amigas a las que habían conocido en aquel baile, las Bennet, se había mantenido en detalle. Recién instalada en una ciudad que no le traía buenos recuerdos, Anne consideró la compañía de las hermanas el mejor recurso para adaptarse.  

—Encantado de conocerlas —el capitán ofreció sus respetos.

—También el nuestro —respondieron al mismo tiempo.

Elinory Marianne son viejas conocidas de la familia y mis invitadas personales, han venido a pasar una temporada conmigo.

—Tendremos un inconveniente en este punto, señoritas, porque sé que nuestro grupo es ambicioso y querrá retenerla, así que, me temo, necesitaremos llegar a un acuerdo.

—Seguro encontraremos una forma de compartirla, señor —repuso Elinor, amablemente.

—Sin embargo, estoy seguro de que el grupo estará encantado de conocerlas también y sumarlas, si a ustedes no les molesta. Las amigas de Anne merecen todo nuestro respeto y confianza.

—Estaremos agradecidas de acompañarles, señor —repuso Elinor nuevamente.

—El capitán Harville es… —un gran amigo de Frederick, Anne hubiera deseado agregar, pero no podía dejar reflejo de la familiaridad entre ambos, no todavía— un estimado amigo al que tuve la suerte de conocer recientemente en Lyme.

—Un estimado amigo, me gusta saber que el aprecio es mutuo —le confió sonriendo.

Anne le devolvió una sonrisa dulce.

—Tal vez sus amigas tengan alguna opinión sobre nuestro tema de la mañana.

—¿Cuál tema? —Inquirió Marianne.

—Verán, esta mañana, la señorita Elliot y yo conversábamos sobre la intensidad, constancia de sentimientos y sus diferencias entre el hombre y la mujer, pero no pudimos llegar a un acuerdo; ella sostiene que es exclusividad de su sexo la ternura y precisión de estos, pero yo me resisto a que la naturaleza de los nuestros sea distinta.

—Tal vez no podamos afirmar lo que en realidad sucede en sus mentes cuando piensan en nosotras —intervino Marianne, que, desde que era muy joven, Anne lo conocía bien, usualmente tenía una opinión muy firme para cada tema—, pero generalmente, sus sentimientos se contradicen con sus acciones.

—Esa es una opinión muy concreta para ser usted tan joven.

—Mi juventud no me reserva de la observación y la experiencia.

—La experiencia, ¿ah? —Dijo el capitán riendo un poco—. No quisiera claudicar en mis principios, menos en mis sentimientos, pero me creo en desventaja. A ver…, a ver…

El capitán Harville miró en derredor, como si estuviera buscando algo.

—Con lo útil que me sería Wentworth en este momento...

Al escuchar su nombre, el corazón de Anne se desbocó, sin embargo evitó que su mirada paseara por el salón para buscarlo. Prefería no hacerse ilusiones con su presencia en el ostentoso baile de su padre y su hermana, al que lo habían invitado porque les había parecido un accesorio interesante para su velada.

—Ah, pero ya veo a alguien que me podría servir de respaldo. ¡Tilney!

Anne sonrió al detectar a su amigo. Las familias Tilney y Elliot se conocían desde siempre.

—¡Capitán Harville!

Los caballeros se saludaron y Henry dirigió una mirada a las tres jóvenes, poniendo énfasis en una sonrisa hacia Anne, que su amiga le devolvió. Henry y ella se habían visto más temprano y tenido todas las ceremonias correspondientes a su encuentro.

—Necesito de su asistencia.

—¿En qué puedo servirle?

—Conversando con mis jóvenes amigas me han dejado, injustamente, entre la espada y la pared.

—¿Cómo?

—Estas encantadoras señoritas han puesto en duda mis argumentos sobre la fidelidad de nuestros sentimientos sobre los suyos, sostienen que nosotros olvidamos fácilmente el afecto de una mujer y carecemos de constancia, en comparación con ellas; por favor, sírveme de ejemplo y ayúdeme a convencerlas de que eso no es cierto.

—Capitán me pone usted en un aprieto.

—Bienvenido al sentimiento.

—Pero no seré yo quien contradiga a estas señoritas —dijo paseando la mirada sobre las tres—; por regla general, creo que no debe imponerse la superioridad de un sexo, ambos demuestran igual aptitud para todo aquello que está basado en la elegancia, el buen gusto… y los sentimientos.

—Ni yo lo habría expuesto mejor, Tilney.

—Solo espero haber complacido a las señoritas.

—No se trata de complacernos sino de reconocer nuestras emociones que difieren tanto de las suyas —respondió Marianne con cierto grado de enfado.

—No ha sido mi intención desconocer sus emociones, señorita…

—Marianne.

—Señorita Marianne.

—Pero discúlpeme, Henry, he de ser yo muy maleducado, permítame presentarle a dos muy queridas amigas de Anne, nuestra adorable anfitriona, Elinor y Marianne Dashwood.

—Encantado de conocerlas, señoritas Dashwood.

El señor Tilney tuvo con ellas todas las gentilezas y galanterías propias de un caballero bien educado, quedándose un poco en el saludo de Marianne.

—Sepa disculpar mis sandeces, señorita Marianne.

—No hace falta, señor.

Marianne paseó la mirada por todo el grupo y luego se disculpó:

—Creo que necesito un poco de aire fresco —y sin más se abrió paso entre el grupo y se retiró.

Anne y Elinor intercambiaron miradas, ambas sabían lo que tenía a Marianne tan afectada, pero, como si estuviesen leyéndose el pensamiento, pensaron que lo mejor sería cederle un espacio a solas.

—Iré a disculparme —ofreció, sin embargo, el recién conocido, Henry Tilney.

Continúa…


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