Y como es costumbre ya, les voy a dejar por aquí el capítulo uno de Andre y Kira, la historia de un beso. Espero les guste y la sigan leyendo.
Una hora antes
La casa de Paty, una de las animadoras de la
secundaria Eyre, es donde usualmente se realizan las reuniones y fiestas del
último año. Generalmente empiezan a las dos de la tarde y terminan al amanecer.
Aunque no suele bailar, Andre es uno de los usuales participantes de estas
fiestas. Antes de las diez de la noche, su amigo Luciano le recuerda
posiblemente la única obligación que tiene en la vida: buscar a su prima Lulú
en la heladería Seri, donde trabaja.
—Vamos, te acompaño —le dice.
—Pero volvemos… —Andre no le pregunta, solo quiere
asegurarse de que regresará a la fiesta donde la está pasando tan bien, justo
va ganando una partida de truco[1].
—Seguro.
Andre toma las llaves del Palio de su mamá con una
mano y una cerveza con la otra.
—Bro —Luciano levanta el juego de llaves de su
Jeep—, yo conduzco.
Los labios de un ángel
¡Agh…! Ese chico
otra vez.
Kira hace un brevísimo contacto visual con Andre, ese
chico que asiste a la misma secundaria que ella, que es amigo de su hermano,
que se empeña en molestarla con tonterías en sus ratos libres, que suelen ser
demasiados, y que ahora mismo está en su cocina.
Impresionado, Andre retrocede tres pasos cuando detecta
la presencia de la chica que le gusta y se acorrala contra la encimera. No se
le pasa por alto el desprecio con que ella le ha mirado, como si se tratase de
una alimaña a la que hay que aplastar. Andre y Luciano han estado haciendo
tiempo, comiendo un emparedado, mientras esperan por Lulú, que ha venido a cambiarse
el uniforme de la heladería, antes de presentarse todos en la fiesta de Paty.
—¿Qué pasa, hermanito…? Pareces nervioso.
Por lo visto, Kira también ha notado el interés de Luciano
en su prima. Andre está convencido de que su ofrecimiento de esta noche, además
de evitar que condujese bajo la influencia del alcohol, su Bro suele
preocuparse en exceso por los demás, ha sido por un interés adicional: le gusta
Lulú. Pero este detalle de coincidir en pensamientos con ella no es lo que en
esencia ha llamado la atención de Andre sino sus propios atributos, como esas
piernas interminables que tiene, apenas
cubiertas por un pequeño trozo de tela al que descaradamente llaman “shorts”; el
abdomen descubierto, que exhibe un delicado piercing; y la redondez de sus
pechos, que también están medio cubiertos por un top que deja poco a la
imaginación.
—Kira… —a Andre se le escapa su nombre, pero antes
de que pueda resolver esta dificultad ha avanzado más de los tres pasos que
retrocedió cuando la miró hace un momento, le toma la mano y se la besa.
—Andre, por Dios… —la chica le pone los ojos en
blanco y se desprende de su mano limpiándose de los shorts como si la hubiese
tocado un leproso—. ¿Y bien? —Por más que Kira prefiere enfocarse en la
situación de su hermano con su amiga, no puede dejar de pensar en el calor que
Andre le ha dejado reflejado en la piel.
—¿Y bien qué?
—¿No vas a decirle algo a Lucía?
—Sí, que iba a demorar diez minutos —replica su
hermano.
Mientras su prima y su amigo debaten la relación
tiempo-confort, Andre solo tiene oídos y ojos para Kira, se siente medio
hipnotizado por ella, detallando cómo se le han soltado del moño unos rebeldes
rulos, o cómo se le enrojecen las mejillas cuando sonríe con esa picardía de
quien se trae algo entre manos.
—Pues a mí me parece que estás hecha una chulada,
primita. ¿Fuiste tú quién la arregló, Kira?
Kira le da una de sus miradas fulminantes, ¿es que
no puede ignorarla? Cómo le gustaría que se olvidara de su existencia.
—Ella fue capaz de arreglarse sola —dice sin hacer
contacto visual con el chico—. Pero si quieren que les cuente una anécdota
—comenta alternando la mirada entre sus uñas irregulares y la cara de su
hermano—, tuvo algunos contratiempos con faldas que se le ceñían tanto al
trasero que luego no podía quitárselas.
En la secundaria Eyre existe el rumor de que a Kira
Seri no le gustan los chicos. Las evidencias que se tienen para demostrar tal hipótesis
son unas muy controversiales como que es muy poco femenina, antes de ponerse vestidos
y tacones, Kira prefiere leggins y Converse, tampoco usa maquillaje y antepone el
deporte a una salida de chicas por el mall para hablar de chicos.
Al sentirse incómoda alrededor de sus compañeros de
clases, Kira ha optado por mantener la distancia e ignorarlos se ha vuelto su rutina,
pero cuando, por obligación, tiene que dirigirse a ellos, lo hace de una forma
tan hostil que raya en la mala educación y la grosería.
Si lo sabrá
Andre.
Sin embargo, en el resumen de pruebas sobre la
sexualidad de la joven, éstas no son las que prevalecen, la ausencia de un
novio, o de la aspiración de tener uno, parece ser la que determina su
situación. A Andre, no obstante, este tema nunca le ha importado, jamás ha dado
crédito a tales confusiones, para él, Kira Seri es la chica más segura, lista y
linda del mundo. Y la única en sus sueños.
—Kira, deja de adornar esta hitoria con cosas que no
sucedieron —le amonesta su amiga—. Toda
tu ropa es demasiado pequeña para mí, como lo aseguré antes de venir…
Al seguir la dirección de la mirada de Lucía, que se
pasea entre los dos chicos, Kira descansa la suya en Andre, que también parece
estar siguiendo el lío entre su prima y su hermano; sin embargo, se ve obligada
a ponerle los ojos en blanco cuando sus miradas se encuentran, lo menos que
quiere es darle la impresión equivocada.
—Si me hubieran permitido subir al apartamento, como
se lo solicité a ambos, ya estaríamos en esa estúpida fiesta…
Aunque es un honor para ella que alguien dé uso a la
ropa que está siendo alimento para las polillas dentro de su armario, Kira
todavía no se explica cómo su amiga se dejó arrastrar por esos dos tarados en
la emboscada que le tendieron; ella no lo habría permitido, más que nada por no
complacerlos. Pero si contara la verdad diría que nada le ha parecido más raro
esta noche que ver a su amiga tocando la puerta de su habitación, con su
hermano adjunto; por un momento pensó que estaban allí para comunicarle que
estaban saliendo. Cómo, cuándo y dónde había sucedido tal desastre, fueron las
preguntas que la asaltaron brevemente, pues Lucía nunca le ha dado la impresión
de que estuviese interesada en Luciano (como lo está el noventa y nueve por
ciento de las chicas de la Eyre; en cuyo uno por ciento restante se encuentran
ellas dos, ella misma por obvias razones); pero cuando su amiga le explicó que
ni su hermano ni ese chico con el que no quería cruzar más miradas no le habían
permitido bajar en su apartamento para cambiarse de ropa y que la manipularon,
básicamente como si se tratase de un rapto, comprendió la locura.
—Como sea —dice su hermano—. ¿Estás lista ahora?
Mientras su amiga y su hermano siguen discutiendo
sobre el tiempo que ésta ha demorado en alistarse, la mirada de Kira se ve nuevamente
atraída por la de Andre, que ha estado mirándole el cuerpo, ella se ha dado
cuenta. Él desvía la suya, sonriendo cínicamente.
—Mañana tendrás tu ropa de regreso, limpia y
planchada —Lucía se acerca a ella para despedirse.
—No te apures —le sonríe, más que a una amiga, en
Lucía ve a una hermana—. Disfruta la fiesta. Y no le pongas atención al tarado
de mi hermano, lo conozco, no sabe actuar alrededor de una chica que le gusta.
—No te hagas la lista, Kira.
Lejos de sentirse acorralada, la amenaza de su hermano
solo puede divertirla, pero su humor cambia cuando su mirada se encuentra nuevamente
con la de ese otro chico, que se niega a dejar su cocina.
—Tú, ¿qué esperas para salir? —Le reclama, los demás
ya han salido de la casa.
—Quería pedirte disculpas.
La chica frunce el entrecejo, no entiende por qué querría
pedirle disculpas, pero luego le parece lógico.
—Pues sí que me las debes, has estado descaradamente
mirándome el cuerpo.
El chico hace un esfuerzo por mantener la mirada en
los ojos de la muchacha y no pasearla por ese cuerpo de infarto al que se ha
hecho alusión.
—En realidad he querido disculparme por presentarme
en tu casa sin que tuvieras conocimiento.
Kira le sostiene la mirada, altiva, intensa, no se
deja intimidar por nada, ni siquiera por una persona que, a pesar de sus
niñerías, se mantiene educada.
—Yo también he visto que has estado mirándome —el
chico no se deja intimidar por el lado huraño de la muchacha y se anima a ser
directo, han de ser todas esas cervezas que ha tomado durante la tarde.
—¿Yo, mirándote? Eso es imposible, nunca te miro.
—Diría que sí.
Avanza hacia ella como un lobo reclamando su presa.
—¿Qué haces? No te acerques.
Él mira a un lado y sonríe.
—La verdad es que quería verte.
—¿Ah, sí? —se cruza de brazos, esquivándole la
mirada—. Bueno, ya me viste. Ahora te puedes marchar.
—Claro, pero pensaba si… —ella le mira nuevamente,
Andre nota que no tiene esa mirada felina de hace un instante.
—¿Qué?
Él aprovecha su curiosidad para avanzar un nuevo
paso hacia ella, en este momento su guardia está tan baja que se siente como un
león delante de un cordero.
Dios que es
hermosa.
—Bueno, ya sabes —balbucea, los nervios han retomado
su cuerpo—, no sería justo que todos saliéramos y tú…
—Ahórrate el discurso, ardilla.
Con la intención de ridiculizarlo, ardilla es un
calificativo que Kira ha empleado con él desde que por primera vez le vio disfrazado
como la mascota de la secundaria Eyre. En aquellos tiempos conseguía enfermarlo,
ella disfrutaba demasiado el chistecito, hasta que Andre decidió que tenía que
dejar de importarle y ella empezó a reducir el uso del término. Ahora lo hace
solo por sentirse dominante respecto a él.
—No voy a ir, me disgustan las fiestas —le zanja
tajante. Desde hace tiempo que a Andre dejó de importarle su hostilidad, aunque
no niega que algunas veces consigue afectarlo. Pero no hoy, y menos cuando
detecta que la chica acorta la distancia entre ambos, levanta una mano y se
pone a jugar con el cuello de su camisa.
Confundido, Andre mira el punto en el que están los
dedos de ella sin comprender nada, lo siguiente que es capaz de detectar, y no
sabe qué porcentaje está relacionado con el alcohol ingerido hoy pues casi cree
que lo que está sucediendo es una alucinación, es que Kira Seri está
inclinándose de puntillas hacia él —si bien ella sobrepasa por pocos
centímetros el metro setenta, él ha de medir casi dos metros—, acerca su delicada
nariz a su boca y le dice:
—Hueles a alcohol.
Andre lamenta que sean justo estas las palabras de
la muchacha, pero es cierto, ha estado bebiendo y mucho, razón por la que,
cuando se presentó en la casa de los Seri, no quería bajar del Jeep de Luciano,
pero su prima tardó tanto en arreglarse que su amigo terminó invitándole la cena.
—Tú hueles a menta —prefiere hacerle un cumplido y
no defenderse.
Ella le mira raro, con cierta expresión que él no
quisiera pensar que es de odio; no obstante, a pesar de que a ella le disgusta
su olor, se debate entre tocar esos labios color durazno que ha querido hacer
suyos desde hace más de un año, cuando la conoció, y mantenerse distante, sin
forzar algo que ella —él está seguro—, no quiere que suceda.
Sin embargo sucede, se da cuenta de que sus labios
están presionando los de Kira y que se mueven al mismo ritmo, la sensación es
extraña porque le parece que, aunque definitivamente lo ha forzado, ella no
habría consentido nunca un beso suyo, está respondiendo.
Incrédulo y nervioso ante lo que está pasando,
Andre trata de concentrarse y vivir el momento, pero su mente está tan agobiada
y llena de ideas que fácilmente se dispersa. No obstante consigue colocar sus
manos en espacios del cuerpo de Kira que ni en sueños, ¿o es que ahora mismo está
soñando? En este punto se siente como Dumbo mirando el desfile de elefantes
color rosa, comprendiendo muy poco de lo que está pasando. Trata de enfocarse
nuevamente y es consciente de que sus manos ascienden y descienden por la
espalda casi desnuda de la chica y que las de ella están en su cuello, sus
dedos enredados en sus cabellos. No hay lógica en lo que está pasando, solo sabe
que debe hacer lo correcto después de haberla cagado obligando este beso. No
quiere pero tiene que terminarlo antes de que la chica proceda en uno de sus
modos inadecuados con los que suele actuar con él, la toma de los hombros y la
separa a la medida de sus brazos. Desde esta distancia puede ver que tiene los
labios inflamados y las mejillas encendidas, y que se ve todavía más preciosa
de lo que regularmente es. Andre Retrocede lentamente, no cree prudente pedir
disculpas ahora, prefiere dejarla con la guardia baja y no darle ventaja en aquel
viejo truco de una rodilla de ella en su entrepierna. En dos pasos está dándose
la vuelta y saliendo de su cocina.
[1][N.
del A.] Juego de naipes
venezolano
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